El Comunista y las posiciones falsamente marxistas acerca del «problema catalán»

 

(«El proletario»; N° 16; Enero - Mayo de 2018 )

 

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Quienes siguen nuestra prensa internacional y conocen mínimamente la historia de nuestro partido saben que de hecho existen diferentes corrientes políticas que se reclaman tanto del nombre Partido Comunista Internacional como de la tradición de la Izquierda Comunista de Italia y sus fundamentos teóricos y políticos. Saben, además, que la existencia de estas diversas corrientes tiene su origen en las diversas rupturas que se han producido en nuestra organización hasta llegar a la crisis explosiva de 1982. Pero saben, sobre todo, que nosotros no reclamamos el nombre de Partido Comunista Internacional, ni mantenemos nuestra reivindicación intransigente de la experiencia histórica del combate que ha librado la Izquierda desde 1912 contra todo tipo de oportunismo y desviación del marxismo, mediante procedimientos legales o administrativos: para nosotros la defensa de la verdadera tradición del marxismo revolucionario es una lucha política y sólo en esa lucha los proletarios pueden comprobar las diferencias que realmente existen entre las diferentes escuelas, corrientes y organizaciones que reivindican ser tanto herederos de la Izquierda como continuadores de esta a través del Partido.

Desde que en 1952 nuestro partido se constituyó desechando a los elementos que en un primer momento se habían colocado bajo la bandera de la reivindicación exclusivamente formal de los principios y postulados de la Izquierda Comunista de Italia pero que, realmente, no buscaban la reconstitución del hilo histórico de su lucha sino una mezcla abigarrada de revisiones, reinvenciones y aportes de nuevo cuño, supuestamente más adaptados a los nuevos tiempos de absoluto dominio de la contrarrevolución sobre todos los terrenos, el trabajo de afirmación de aquello que distingue a nuestro partido frente a las corrientes que pretenden colocar sus nuevos productos con el embalaje del marxismo revolucionario, ha sido algo constante. Así se hizo, de nuevo, tras la crisis explosiva de los años 1982-1984 y, tan pronto como los elementos sanos que no cedieron ni a la corriente liquidadora del partido ni a las presiones por solventar lo que era una crisis política mediante expedientes legales (reclamación por vía judicial de la cabecera de la prensa en italiano), se comenzó un trabajo encaminado tanto a desarrollar en la medida de lo posible el trabajo del partido sobre todos los terrenos en los que este debe realizarse, como a realizar el balance dinámico de la propia crisis que había menguado sus fuerzas numéricas e introducido, de cara a los proletarios, la terrible confusión que trae consigo el baile de siglas y nombres idénticos, pero tras los cuales se esconden unas posiciones políticas completamente divergentes.

Es por ello que nuestro partido no reivindica los adjetivos comunista e internacional de forma patrimonial. No nos pertenecen, como no nos pertenece la historia de la Izquierda Comunista de Italia a la que ligamos nuestro trabajo cotidiano, por una disposición legal o porque ostentemos, sin más, los nombres históricos de la prensa. El partido, por reducidas que sean sus fuerzas numéricas y por adversa que sea la situación, no elude nunca la obligación de desarrollar un trabajo político sobre el conjunto de fenómenos propios de la sociedad burguesa que afectan directamente al proletariado en cuanto clase llamada históricamente a liquidar definitivamente la sociedad dividida en clases y su última expresión, el capitalismo. De esta manera, a la vez que nunca se ha dejado de realizar la tarea de defender contra viento y marea las tesis del marxismo no adulterado en todos los terrenos de la vida social en los que este tiene algo que decir como ciencia que estudia las condiciones de superación del capitalismo, trabajando sobre el terreno teórico en el sentido de restituir este marxismo sobre sus bases correctas, tampoco se ha dejado de prestar la atención más minuciosa al conjunto de hechos que caracterizan tanto al mundo capitalista y a las tímidas tendencias del proletariado hacia la ruptura con todas las ataduras que le unen a este, animándolas y potenciándolas en la medida de las fuerzas disponibles.

Es en este sentido que la diferenciación clara y nítida respecto al resto de corrientes de pretendida «izquierda» y al resto de grupos que se reclaman «partido comunista internacional» es vital, porque muestra a los, hoy escasos, elementos de vanguardia del proletariado que buscan en el comunismo revolucionario respuestas políticas a las contradicciones de la sociedad capitalista, que la confusión entre nombres, las supuestas igualdades y los problemas que aparentemente pueden parecer sólo de detalle, responden realmente a diferencias de gran alcance que tienen no sólo una base teórica y doctrinal sino una implicación práctica bien concreta. Y  esta implicación práctica muestra tanto las diferencias que hoy son más apreciables como las que todavía parecen mínimas y sin importancia pero que supondrán divergencias inapelables el día de mañana cuando, en una situación mucho más favorable, lo que hoy parecen detalles se vuelvan cuestiones abiertamente cruciales.

El trabajo de crítica sistemática de las posiciones que se desvían del marxismo y, por lo tanto, de aquellas que son defendidas por quienes reivindican nuestro mismo nombre de partido, no es un esnobismo teórico, sino una labor que asumimos para mostrar lo que realmente distingue a nuestro partido y con él al marxismo revolucionario frente al conjunto de problemas propios de la sociedad burguesa y a las falsas perspectivas revolucionarias que se plantean ante estos. De esta crítica, por eso, se busca extraer un vínculo entre las cuestiones centrales que afectan a la vida de los proletarios y las posiciones teóricas y políticas bajo las cuales estos deberán colocarse para defender sus intereses de clase, mediante la evidencia de todas aquellas falsas alternativas que se les ofrecen.

El grupo que, en España, edita El Comunista, es una de esas corrientes que pretenden reivindicarse tanto de la Izquierda Comunista de Italia como del propio nombre Partido Comunista Internacional. Como tal grupo está compuesto por alguno de los elementos que, hasta 1980, conformaban la sección en España de nuestro partido. Las posiciones que desarrollaron dichos elementos, escoradas hacia postulados sindicalistas y anti-partido, les llevaron a colocarse fuera de nuestra organización, manteniendo tras ello y hasta la fecha la cabecera El Comunista que había sido el nombre de nuestro periódico en lengua castellana y que, bajo su control, dejó de defender las posiciones del Partido para hacerse cargo de una deriva cada vez mayor hacia una especie de activismo sindicalista que, a la vez que defendía formalmente los textos clásicos de nuestra corriente, priorizaba la creación ex novo de pequeños sindicatos y diluía la propia naturaleza política del partido en un mejunje culturalista, ecléctico y desnortado.

Esta doble deriva, la del activismo sindicalista y la del culturalismo pseudo marxista, es visible al mínimo contacto que se tenga con el periódico El Comunista. De manera formal, sus editores pretenden mantener la continuidad con el trabajo histórico del Partido editando y reeditando sus traducciones de nuestros textos clásicos y elaborando artículos que recuerdan, de manera lejana y de nuevo solamente formal, a algunos de los trabajos que ha desarrollado nuestra corriente. En realidad, esta pretendida continuidad se viene abajo tan pronto como se ven obligados a dar aunque sea una sola toma de posición sobre un problema político que se escape del empirismo chato de su activismo sindical.

Es el caso de su reciente toma de posición sobre los acontecimientos en Cataluña «Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen» editada en septiembre de 2017. En ella, haciendo tan sólo una lectura párrafo a párrafo, puede verse que su pretendida «ortodoxia», supuestamente refrendada por una buena serie de citas de Marx y Lenin, se cae a pedazos una vez que intentan pasar al trabajo de valoración política de la realidad.

Desde los primeros párrafos de esta toma de posición vemos la tónica de toda ella: un cierto aire de «marxismo», una utilización de términos, conceptos e ideas que pueden parecer, pero que no son, propios de esta doctrina y con los cuales únicamente consiguen embarullar la cabeza de quienes buscan orientación y clarificación de las posiciones del comunismo revolucionario, y acaban dando con este tipo de amalgamas. Para empezar, según El Comunista, el «problema catalán» se resume como un enfrentamiento entre un Estado español caracterizado como «profundamente fascista como lo son todos los estados a nivel mundial. Todos han incorporado bajo la vestimenta democrática todos los mecanismos fascistas de intervencionismo económico, de control ideológico, de represión y de integración social» y unas «organizaciones y entidades que apoyan el «proceso catalán»» caracterizadas como «un bloque profundamente chovinista» por su « 1) defensa de la policía catalana (mossos d’esquadra), 2) en la defensa de las instituciones catalanas, 3) en la defensa del catalán sobre las otras lenguas que habla la clase obrera (que son bastantes más de dos), 4) en la defensa del pacifismo y la denuncia de todo aquel que proponga el uso de la violencia, 5) en el enaltecimiento de la superstición democrática».

Como decimos, un totum revolutum sin ningún criterio. Para empezar porque el Estado español no es, así sin más, «profundamente fascista». La tesis que nuestra corriente ha defendido desde el final de la II Guerra Mundial es que, vencidas en el terreno militar las potencias nazi-fascistas (Alemania, Italia y Japón), el fascismo resultó vencedor sobre el terreno político, en la medida en que las tendencias centralizadoras en el campo económico y político eran y son la única vía para gobernar el capitalismo en su fase imperialista, aquella donde capital industrial y bancario se han fusionado dando lugar a la dictadura del capital financiero y donde la forma de Estado liberal asociado al capitalismo en vías de desarrollo del siglo XIX y comienzos del XX es ya ineficiente para cumplir con su función de consejo de administración de la burguesía. Esta es, fundamentalmente, una tesis antidemocrática para el combate político contra las corrientes oportunistas que, tras la II Guerra Mundial, proponían a los proletarios la defensa del Estado de tipo democrático como resultado de la victoria militar, operada con el concurso precisamente de esos proletarios alistados en los bloques partisanos y de defensa de la independencia nacional, sobre Hitler y Mussolini. Coherentemente con nuestro rechazo tanto de la política antifascista de socialdemócratas y estalinistas como de los bloques nacionales, la explicación de las democracias post bélicas como algo sustancialmente diferente a las democracias liberales previas (contra las cuales nuestra consigna también había sido la lucha intransigente) explicaba el enfrentamiento bélico y su resultado como una lucha entre potencias imperialistas en la que no estaba en juego la naturaleza de la opresión del proletariado por parte del Estado burgués. Pero esta explicación jamás olvidó que era bajo el manto de la democracia donde se había colocado al proletariado, que la victoria de la burguesía y sus aliados socialdemócratas y estalinistas era presentar el Estado de clase resultante de la guerra como uno donde la explotación del proletariado por parte de la burguesía podía solventarse mediante vías democráticas de participación política, electorales, judiciales, parlamentarias, etc. Es por eso que ni Italia, ni Francia, ni Alemania… ni España tras 1975, han sido estados «profundamente fascistas», porque, por mucho que se mente el intervencionismo económico o el control ideológico, esta idea no significa absolutamente nada si no se acompaña de una explicación de la naturaleza democrática de la opresión que la burguesía ejerce sobre el proletariado. Es simplemente humo más apropiado para ganarse adhesiones precisamente de los sectores «antifascistas» que para dar una aportación clara y rigurosa.

Por otro lado y como continuación de las posiciones de El Comunista, la afirmación de que las entidades soberanistas (ANC, Omnium Cultural, CUP…) son chovinistas porque defienden a la policía, a las instituciones, la lengua catalana… constituye de nuevo un ejemplo de juego con términos aparentemente marxistas para expresar, en realidad, una idea más propia del democratismo vulgar. Sin duda absolutamente todas las organizaciones que defienden el «procés» son chovinistas. Pero lo son, simplemente, porque colocan la defensa de la «patria catalana» por encima de cualquier otra cosa. Pero, se debe añadir, sobre esto no hay duda alguna: ni las CUP, ni ANC, ni Omnium… lo han negado nunca. Como no lo han hecho, por el otro lado, ni Ciudadanos, ni el Partido Popular, ni el PSOE, ni Podemos. Decir, por lo tanto, que son «chovinistas» es tanto como decir que la lluvia moja, una obviedad que no define en absoluto la peculiar naturaleza de este bando. Añadir que son «chovinistas» porque defienden a la policía, a las instituciones… es pura palabrería porque ninguno de estos atributos (ni todos en su conjunto) definen el chovinismo. Mucho menos decir que son «chovinistas» porque «defienden el pacifismo», como si el chovinismo no llamase a la guerra cuando le conviene, como si no hubiese un chovinismo armado…

¿Por qué, entonces, se introduce el término chovinista como adjetivo diferenciador de estas corrientes? Simplemente por una profunda e inapelable incapacidad por expresar de manera correcta y con los términos políticos que realmente la definen, la situación aparecida con el «problema catalán». Fascismo contra chovinismo, resumen de su tesis, es una oposición completamente ridícula, ajena a cualquier claridad teórica, política e histórica. ¿Por qué no fascismo contra fascismo? ¿O acaso el «chovinismo» catalanista es ajeno a la profundidad fascista de la que habla El Comunista?

En realidad, este confusionismo terminológico responde a esa absoluta desviación respecto de las posiciones del marxismo revolucionario que es característica de El Comunista. Y lo que en los párrafos introductorios de su toma de posición puede pasar como falta de precisión, se revela como una absoluta incomprensión de la realidad a medida que se continúa leyendo.

En primer lugar porque insertar, como hace El Comunista, una cita de Lenin detrás de otra, cubriendo con ellas el espacio que debería ocuparse en defender la verdadera continuidad del Partido con las posiciones de Marx, Engels y Lenin a través de la defensa concreta de su vigencia para todos los aspectos de la lucha de clase del proletariado, es todo lo contrario a asumir las tareas obligatorias para los comunistas precisamente hoy, cuando esta lucha está completamente ausente de la escena social y lo más necesario es revindicar que el lugar que esta ausencia ha dejado aparentemente vacío jamás será cubierto por soluciones nacionalistas y oportunistas de cualquier tipo. No tenemos nada que objetar a la reivindicación, incluso simplemente formal, de las tesis de Lenin y la Internacional Comunista sobre la cuestión nacional, tesis que hemos reivindicado desde el primer momento y que hemos defendido siempre contra todo indiferentismo sobre el problema nacional y colonial. Pero, por un lado, esta lucha por situar todo conflicto que puede aparecer planteado en términos nacionales bajo la lupa de la crítica marxista (crítica teórica que es, ante todo, una preparación de la crítica práctica que un día deberá sostener la lucha proletaria) implica hacerse cargo de los términos exactos del conflicto en cuestión, en este caso del llamado «problema catalán». Es decir, implica exponer sistemáticamente los términos del conflicto en sus dimensiones histórica y política de manera precisa y partiendo de las posiciones invariantes del marxismo acerca de la naturaleza de la cuestión nacional a lo largo del curso del movimiento de clase del proletariado. Por lo tanto, no es suficiente con repetir como una letanía citas y citas de Marx o de Lenin esperando que, con ello, se pueda soslayar la obligación de ratificar estas citas y sus necesarias consecuencias políticas con la propia realidad del conflicto estudiado. Para El Comunista, sin embargo, basta con superponer una tras otra citas de El socialismo y la guerra  de Lenin, evitando decir ni una palabra acerca del surgimiento y desarrollo de las corrientes nacionalistas catalanistas a la luz de las posiciones que Lenin defendió en 1916 y cuya validez queda así ignorada.

Por otro lado, directamente ligado al problema anterior, aparece la necesidad de que los textos y tomas de posición de una corriente que pretende ser marxista den una respuesta no sólo sobre el terreno de la crítica general sino sobre aquellos terrenos que cubren las exigencias políticas, tácticas y organizativas a las que el Partido debe responder en cada paso que da en el desarrollo de su trabajo cotidiano. Porque sólo de esta respuesta depende su capacidad, en un mañana más intenso en movilización proletaria, pero también en el hoy donde tan sólo una ínfima minoría de proletarios luchan por salir del marasmo oportunista que pliega a su clase ante las exigencias de la burguesía, de orientar, encuadrar y dirigir las fuerzas de la clase proletaria tanto contra su enemigo burgués declarado como contra los aliados que este mantiene en el seno de la propia clase. Si un partido, cualquiera que sea, pretende tomar la Jericó burguesa y oportunista simplemente dando vueltas a su alrededor mientras canta las citas de los clásicos, no serán las murallas de la fortaleza capitalista las que se vengan abajo sino la misma existencia de este partido… y los cascotes golpearán tan fuerte la cabeza de los proletarios que le hayan seguido que volverán a perder el sentido durante años. Puede pensarse que una toma de posición como la de El Comunista, no es el lugar para realizar una exposición que debe exceder, necesariamente, los límites de esta. Pero quien piense así que busque en la prensa de este grupo el lugar donde el «problema catalán» es tratado con la extensión y la profundidad debidas.

 

La burguesía catalana y su bandera nacional según El Comunista

 

Después de su explicación, pobre y errada en lo esencial, de porqué las organizaciones catalanistas son «chovinistas», El Comunista quiere ir un paso más allá y colocar el «problema catalán» en términos de una movilización promovida por la burguesía catalana. Aparentemente esta manera de abordar el problema, precisamente aquella por donde debe empezarse siempre, es algo más marxista, pero sólo aparentemente.

Para El Comunista, la burguesía catalana no son «las 300 familias» tan caras a los demagogos de la vía nacional-catalana al socialismo, sino «todo un entramado social de pequeñas y medianas empresas, de pequeños y medianos propietarios inmobiliarios, de pequeños y medianos rentistas, accionistas y especuladores, que conforman –junto con los empresarios más grandes- la clase burguesa». Sigue después una «radiografía de las empresas catalanas» a la que suma la consideración de que «cada alcalde es un empresario y cada Ayuntamiento una empresa».Esta sería la clase burguesa que, según El Comunista, abandera las exigencias nacionalistas. Pero, de hecho, la «burguesía catalana», si por este término entendemos a aquella burguesía de origen catalán y que extrae sus beneficios de un capital invertido desde Cataluña, sede de su titularidad jurídica, en Cataluña, España y el resto del mundo, es otra cosa. Burguesía catalana es aquella propietaria de Caixa Cataluña y todo su entramado empresarial, de Catalana Occidente, de Gas Natural, etc. Poco menos que decir que la burguesía catalana, con ligeras particularidades que la distinguen, es parte del núcleo central de la burguesía española. Resulta absurdo comparar a Isidro Fainé con el propietario de cualquier negocio en Girona. No es una diferencia de tamaño, es una diferencia cualitativa la que les separa y la que les hace tomar posiciones completamente diferentes al respecto del «problema catalán». Porque, en el mundo capitalista, no sólo existen dos clases, proletariado y burguesía, sino que el terreno intermedio a ambas está poblado por multitud de clases y semiclases vinculadas de una manera u otra a las dos principales, pero que juegan un rol específico en la lucha social que atraviesa este mundo. Estas clases y semiclases, entre las cuales la más importante es esa amalgama, sin peso político propio pero muy numerosa en un país de pequeños propietarios como es España, a la que llamamos pequeña burguesía, son precisamente las transmisoras de los postulados más reaccionarios y anti históricos, de todos los planteamientos utópicos y de todas las fantasías de superación sin lucha revolucionaria de los problemas del mundo capitalista. Precisamente por eso, sin reconocer la entidad que tienen estos estratos sociales intermedios, es imposible entender el regreso, casi 150 años después del cierre del periodo revolucionario de la burguesía y de sus exigencias nacionales, de los postulados nacionalistas más retrógrados.

Este no es el lugar para entrar en un balance detallado de la posición que la clase burguesa catalana ha jugado en el desarrollo, auge, caída y posterior vuelta a la escena política del «nacionalismo» catalán.

Basta con decir que el papel deliberadamente ambiguo de esta burguesía es fruto de su peculiar papel en la formación y constitución del Estado español desde 1975: la burguesía catalana ha alentado y desarrollado la movilización nacionalista a través de la consigna autonomista encabezada por su partido regional (históricamente CiU, ahora PDCAT o asimilables a este); este autonomismo, defendido ante el Estado central como una de las prerrogativas que necesariamente debían concederse con el cambio de régimen tras la muerte de Franco, ha tenido y tiene como objetivo tejer una tupida malla de instituciones estatales desde las que atar a la clase proletaria a la política de colaboración con la burguesía. El gobierno autonómico es la respuesta, insuficiente y con resultados inestables, que las burguesías catalana y española han dado a la dificultad histórica de lograr un Estado centralizado y, con ello, a las tensiones a que esta dificultad daba lugar. El objetivo era, entiéndase, garantizar centralización y funcionamiento normal del Estado, pero a través de un sistema autonómico que permitiese involucrar tanto a los representantes de la pequeña burguesía como a los agentes oportunistas que, por lo demás, han estado relativamente excluidos del aparato central del Estado durante todas estas décadas.

La burguesía catalana no ha jugado la baza nacionalista como un envite contra el Estado central, la burguesía catalana ni es, ni ha sido, ni será nacionalista o independentista. Mediante la exacerbación autonomista de las particularidades locales de Cataluña, la burguesía catalana ha dado su aporte a la gobernabilidad del Estado a la vez que ha construido su fortaleza a la hora de competir con el resto de burguesías españolas. Pero de la ambigüedad que se deriva de esa posición, jamás va a salir, por mucho que azuce, de vez en cuando, proclamas más o menos estridentes.

Es la pequeña burguesía, que se ha visto incluida en algunas tareas de gobierno a través del régimen autonómico, la que se moviliza en términos independentistas. Pero esta pequeña burguesía, precisamente por hacer el papel de matón de la gran burguesía, no tiene una política propia, actúa por reflejo de una situación que se ha creado, por obra de las contradicciones, entre fuerzas sociales inmensamente más fuertes que ella. Pequeños rentistas, propietarios, especuladores… pequeños burgueses en una palabra, son quienes se movilizan tras la estelada. Y no lo hacen en el mismo sentido que la «burguesía catalana». Pero esto El Comunista, para quien la burguesía es una relación estadística, no es capaz de entenderlo y ve en el «problema catalán» un enfrentamiento entre burgueses nacionalistas, independentistas, y burgueses españolistas, como si lo que estuviese en juego fuese, realmente, la independencia de Cataluña. Y en el colmo del absurdo político llegan a comparar el tipo de movilización real al que esta pequeña burguesía está llamando con la movilización social-chovinista de la I Guerra Mundial, en un ejercicio de total y absoluta incomprensión de la realidad, que intenta disimularse recurriendo a la grandilocuencia de la retórica.

 

Las causas materiales del «problema catalán» para El Comunista

 

Partiendo de una genérica atribución de responsabilidades a la «crisis de sobreproducción capitalista a nivel mundial», El Comunista pasa revista a los efectos de esta crisis sobre las diferentes clases sociales y se centra especialmente en los efectos que tiene sobre la pequeña y mediana burguesía. Después de unas absurdas consideraciones morales acerca de si los proletarios deben sentir lástima o no por los pequeños propietarios, dada la función social de estos y la naturaleza de sus negocios, El Comunista muestra su piedra de toque a la hora de explicar las causas directas del «procés»:

«Esta crisis impone una concentración bancaria que ha dejado huérfanos a toda una serie de chupópteros profesionales al eliminar el clientelismo político de las cajas. También ha reducido los presupuestos de los ayuntamientos, reduciendo otra fuente de nepotismo y de clientelismo político. Toda esta capa social de vividores a cuenta de la explotación obrera […]. Finalmente, el endeudamiento de la Generalitat es de tal magnitud que, si tuviera que aplicar las medidas necesarias para reducirlo, se enfrentaría a una respuesta social que no puede asumir».

Otro ejemplo de qué no es el marxismo, esta vez sobre el terreno de la crítica económica. Porque, de acuerdo con El Comunista, son el clientelismo político de las cajas, el nepotismo consistorial y la deuda de la Generalitat los elementos político-sociales cuya desaparición habría espoleado a sus beneficiarios a movilizarse por la independencia. Falta, para empezar, que El Comunista explique por qué ha saltado, al pasar de epígrafe, de considerar que es la burguesía catalana la que se moviliza por la independencia a afirmar que son estas castas parasitarias las que lo hacen. Pero lo esencial en esta afirmación es ver cómo El Comunista amalgama fenómenos característicos de la crisis capitalista con moralina y con una buena dosis de ignorancia. Ni los «chupópteros», ni los «clientes» políticos, ni la deuda institucional son los motores de ningún tipo de reacción social. Pueden serlo, sí, en el discurso democrático acerca de la corrupción y la eficiencia económica, pero para el marxismo tales afirmaciones carecen de sentido. Comparémoslo con la explicación correcta:

La crisis capitalista produce una caída de la tasa de ganancia y una reducción del beneficio empresarial; este hecho repercute inmediatamente en el capital financiero invertido en proyectos industriales e inmobiliarios; se produce una contracción del crédito que redunda en una caída aún mayor de dichos proyectos empresariales, especialmente en los que tienen como promotor al Estado, a la vez que se da una  cascada de fusiones en el sector financiero para mantener un  mínimo de ganancia; expulsión del mercado de los negocios con una inversión de capital baja, incapaz de rendir a la tasa mínima necesaria para generar beneficio; caída de la recaudación fiscal y tributaria y amenaza de quiebra sobre el Estado. Consecuencia a corto plazo: dificultades para la supervivencia de amplios estratos de la pequeña burguesía. Consecuencia a largo plazo: concentración financiera (bancaria e industrial) que permite recuperar la tasa de ganancia.

El clientelismo, el robo, la corrupción… son epifenómenos de esta secuencia, ni son su origen, ni tienen un peso determinante en ella, ni, por supuesto, son capaces de alterarla dando lugar a un movimiento político. De nuevo El Comunista, cuando tiene que pasar de los juramentos vertidos sobre los textos clásicos, a una aproximación siquiera resumida de la realidad no tiene más remedio que recurrir a conceptos, términos y explicaciones completamente ajenos al marxismo, tomando la anécdota por categoría y sin decir una palabra sobre lo esencial.

 

El «contexto del imperialismo mundial» y el «problema catalán» según El Comunista.

 

El Comunista sabe que el marxismo es una ciencia que estudia las condiciones de desarrollo del capitalismo a escala mundial. Considerando las naciones como producto histórico y limitado por tanto de una época determinada, el marxismo ha afirmado el carácter internacional del capital desde sus inicios, señalando precisamente en la apropiación privada –nacional, en último término- del producto del trabajo asociado como la barrera que se interpone entre el desarrollo de las fuerzas productivas a que el mismo capitalismo ha dado lugar y la superación dialéctica de la última sociedad dividida en clases de la historia, gracias precisamente a ese desarrollo. Pero todo esto El Comunista lo sabe sólo de oídas y como para justificar el análisis miope, reducido a una valoración de la coyuntura pegada al suelo, que ha realizado acerca de clases sociales y nacionalismo, intercala un breve párrafo acerca del contexto internacional:

«Como es obvio, ambos bandos [separatista y constitucionalista] reciben el apoyo de los grupos de países imperialistas interesados en uno u otro resultado. […] La crisis de sobreproducción relativa de capitales produce un agravamiento profundo de las contradicciones entre países imperialistas que llevan de la guerra comercial en el choque militar [sic] Los EEUU llevan tiempo intentando desencadenar la 3ª guerra mundial y Rusia y China cada vez toman posiciones más agresivas militarmente. La Unión Europea no es menos imperialista y también está inmersa en la carrera policial y militar».

Se trata, como se ve, de afirmaciones lanzadas al azar, donde se mezcla una supuesta 3ª Guerra Mundial en ciernes que los EE.UU. querrían declarar (¿contra quién? ¿por qué vías? ¿cómo afecta esto a Cataluña? ¿por qué no explicarlo?) con el auge del desarrollo militar chino y ruso… Afirmar, de esta manera, este tipo de argumentos es poco menos que parodiar el trabajo que los marxistas realizamos, estudiando el curso de los enfrentamientos interimperialistas, sean estos explícitos o estén en vías de formación. Si en su exposición acerca de las causas y de los actores nacionales del «problema catalán» El Comunista yerra una y otra vez, al llegar al terreno internacional poco menos que escupe lo primero que se le pasa por la cabeza, intentando dar una especie de perspectiva milenarista para la que sería innecesaria toda justificación, y que le permite agitar los espectros del grado máximo de desarrollo de las hostilidades internacionales como si estuviesen presentes, aquí y ahora, condicionando directamente el desarrollo del «procés». Este tipo de afirmaciones no es que no sean correctas, es que ni siquiera son incorrectas porque prácticamente no son afirmaciones políticas sino boutades pseudo teóricas con las que dar relumbrón a un texto.

 

Perspectivas y posición de El Comunista al respecto del «problema catalán»

 

Hasta aquí El Comunista ha intentado dar una explicación de la génesis económica y social del problema, de los actores en liza y del escenario internacional. Como decimos, de alguna manera ha intentado dar a su toma de posición una pátina de marxismo utilizando términos, conceptos e ideas propias de nuestra corriente… pero siendo incapaz de explicar ni qué significan ni qué implicaciones tienen. Ahora El Comunista trata de dar una perspectiva del desarrollo que tendrá el «problema catalán» y de la posición que adoptará en él.

A la pregunta «¿Podría esta situación desarrollarse en un sentido favorable a la clase obrera» que El Comunista se hace a sí mismo responden con una asombrosa ambigüedad. Escriben: «En primer lugar, hay que afirmar que a la situación actual y a todas las falsas promesas actuales les seguirá ineluctablemente una serie de desilusiones, desengaños y frustraciones para todos aquellos que se han tragado que la democracia es algo más que un engaño organizativo a través del cual domina la burguesía».

Se entiende que se refiere a los proletarios que «se han tragado» esto. Pero lo cierto es que los proletarios se han mostrado completamente pasivos ante la movilización provocada en defensa del «procés». No se han visto manifestaciones en el cinturón rojo de Barcelona, no ha habido huelgas –a excepción del paro patronal- en que la clase proletaria haya participado siguiendo la bandera independentista… El proletariado, desde hace décadas, está completamente ausente del terreno de la lucha de clase, al punto de que su «neutralidad» en este tipo de conflictos se da prácticamente por sentada por parte de quienes realmente los protagonizan y no buscan otra cosa: no hay un sector proletario movilizado bajo la estelada al que haya que «recuperar» para la causa clasista, la burguesía no ha logrado romper el frente de clase mediante la obra de sus agentes entre el proletariado movilizando a la clase obrera para sus fines. Afirmar esto, que es lo que da a entender El Comunista, es extrapolar mecánica y anti dialécticamente una situación propia de otra época, con una gran efervescencia clasista, a la actual. Actuando así, se eliminan las posibilidades de dar una visión clara de la realidad a los pocos elementos proletarios que pueden sentirse inclinados a asumir una posición clasista que defender frente a la presión nacionalista, llevándoles en realidad a un terreno imaginario tan distanciado de la realidad que, esta vez sí, acabaría por desilusionarles de una vez por todas.

Pero lo cierto es que El Comunista no valora esta posibilidad, porque el objeto de su «desilusión» es otro. Dos párrafos más abajo, escriben:

«Pero, hay que notar que la primera desilusión se la llevará la masa pequeñoburguesa que ha creído místicamente en su propia ilusión y de esta masa pequeñoburguesa no puede salir ningún movimiento de clase ni revolucionario.

En cualquier caso, para que los revolucionarios puedan aprovechar en el futuro las desilusiones que deben suceder inmediatamente y todas las que han de venir, la condición indispensable es que se hayan mantenido fuera y en contra de todo tipo de chovinismo y que hayan denunciado el contenido burgués de ambos bandos, que se hayan opuesto a la fagocitación de los grupos combativos de trabajadores por parte de la burguesía nacional, española o catalana».

Si la desilusión en primer lugar la sufrirá la pequeña burguesía y los revolucionarios deben poder aprovechar «las desilusiones que deben suceder inmediatamente…» los revolucionarios, según El Comunista, deben aprovechar la desilusión de la pequeña burguesía, por lo tanto deben buscar movilizar a esta que, entendemos, en ausencia del proletariado podrá hacer un buen pan con unas tortas aunque de ella «no puede salir ningún movimiento de clase ni revolucionario». Como se ve, es un sinsentido después de otro. Pero el origen de estos sinsentidos es el afán que El Comunista tiene de dar una visión práctica, amable y asumible por cualquiera, acerca de los márgenes de maniobra que, según ellos, poseen los marxistas en una situación como la descrita. A estos absurdos les lleva el querer dar, en un sentido netamente activista, una respuesta concreta que implique una perspectiva inmediata. En lugar de constatar que el movimiento «nacionalista» en Cataluña muestra lo lejos que se encuentra la clase proletaria de reanudar cualquier tipo de lucha clasista a gran escala, buscan un remedo «práctico» y «concreto» hablando de sectores recuperables tras su desilusión. Sectores que, o bien como ellos mismos reconocen son enteramente pequeño burgueses y por lo tanto imposibles de influenciar en su conjunto por una política comunista, o bien sencillamente no existen sino en la ilusión de quien querría verse en épocas mejores y empieza ya a actuar como si tal sucediese… a despecho de la realidad y de toda posibilidad de remontarla.

Vemos esto más claramente en el final de su toma de posición, donde dan «la posición del marxismo y del internacionalismo proletario en Cataluña y en el resto de España» una amalgama de reivindicaciones que van desde el respeto a las lenguas hasta la abolición del trabajo asalariado. De nuevo, en lugar de explicar una y otra vez las condiciones que permitirán al proletariado salir de su crisis política y organizativa, es decir, la necesidad de la ruptura con la política de colaboración entre clases, de la lucha por superar las barreras locales, nacionales, de sexo, raza, religión que impone la clase burguesa y, sobre todo, de romper con la práctica democrática con la cual esta burguesía hace partícipe al propio proletariado de su explotación, sometiéndole al mito del Estado que se sitúa por encima de las clases sociales, El Comunista piensa que es suficiente con lanzar una serie de consignas escogidas aleatoriamente. Es decir, en lugar de asumir una tarea lenta pero inevitable de propaganda de los términos fundamentales del marxismo a través de la realidad cotidiana de explotación y miseria que padece el proletariado a la vez que se interviene en cualquier grieta, por mínima que sea, que presente la sociedad burguesa, con el fin de mostrar con ella las contradicciones propias de esta, El Comunista fantasea de nuevo con su mundo ideal en el que la lucha de clase del proletariado es ya un hecho dado que simplemente hay que dirigir correctamente mediante las consignas adecuadas.

El marxismo revolucionario, la doctrina de la Izquierda Comunista de Italia y del propio Partido Comunista Internacional, no es una cuestión patrimonial. Nuestra crítica a las desviaciones pseudo marxistas de esta y otras corrientes políticas no se encamina a reivindicar para nosotros la etiqueta de «verdaderos y únicos» marxistas. El marxismo tiene su fuerza en que contiene en sí una valoración precisa para todo el curso de la lucha de clase del proletariado contra la burguesía y en que es capaz de expresar los términos en los que inevitablemente será el propio proletariado el que encontrará en el curso de esta lucha la validez de esta valoración, la hará suya y la convertirá en su arma más preciada. Es por eso que la crítica de este tipo de corrientes pseudo marxistas, que cumplen objetivamente la función de emborronar ante los ojos de los proletarios la propia trayectoria de su lucha de clase confundiendo sus términos y, por lo tanto, dificultando su ruptura con la política de colaboración entre clases, es una tarea esencial. No por purismo ni por gusto escolástico, sino por la necesidad vital de poner a disposición de la clase proletaria la crítica a cualquier tipo de oportunismo, sea este del color que sea.

 

 

Partido comunista internacional

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