Back

Prises de position - Prese di posizione - Toma de posición - Statements                        


 

Indignados: de España a Israel, de Grecia a la India, de Gran Bretaña a los Estados Unidos, a Chile, a Italia: clases medias y estudiantes salen a las calles de medio mundo alzando el grito de protesta contra bancos y gobiernos: “¡nos están robando el futuro”!

Pero ¿qué futuro? El único futuro por el cual vale la pena luchar no está en la promoción social o en las reformas de un sistema económico que condena a la gran mayoría de la población humana a la miseria creciente, sino en la lucha de la clase proletaria que detenta la fuerza histórica y el programa político de la revolución anticapitalista.

 

 

La primera vez que se oyó hablar de los indignados fue a propósito del movimiento 15 de mayo, en España, cuando estratos de la pequeña burguesía y de los estudiantes se movilizaron contra la desocupación y contra las medidas de austeridad y ocuparon la principal plaza de Madrid, la Puerta del Sol, imitando lo que había sucedido en las revueltas en los países árabes de los meses precedentes y, en particular, durante la ocupación de la Plaza Tahrir en el Cairo. Así, el término indignados dio la vuelta al mundo.

Como ha pasado en otros periodos de crisis capitalista, los estratos pequeño burgueses de la sociedad, frente al peligro real de precipitarse desde las condiciones de relativo bienestar y de relativa seguridad económica y social en las condiciones proletarias de inseguridad económica y social en un futuro inmediato y visible, se movilizan para manifestar su malestar y si desaprobación en el enfrentamiento con los gobiernos y con los llamados “poderes fácticos” (banca, gran industria, multinacionales) reivindicando el retorno a las condiciones de bienestar y de prestigio social precedentes o, en cualquier caso, el mantenimiento de las promesas de bienestar y prestigio social. Hoy este malestar no se encuentra ya representado por los partidos que están en la oposición en los parlamentos, ni por las formaciones políticas extra parlamentarias como en un pasado, sino que se representa espontáneamente, desde abajo, con movilizaciones que comienzan con unos centenares de personas y que se extienden a miles tomando consistencia en las calles de las grandes ciudades donde todos los manifestantes se sienten “libres” de participar, “libres” de manifestar su indignación sin ser encuadrados en partidos estructurados que requieren una implicación no sólo teórica sino también práctica. Expresiones de una suerte de liberación de la rabia y de la desaprobación, en las formas virtuales del Smartphone, del blog y de las redes sociales y por las formas pacíficas de las manifestaciones y las concentraciones coloristas y danzarinas, estos movimientos cuentan con la fuerza del número, con el hecho de que son pacíficas, con la reivindicada libertad de expresar el malestar y pedir a la autoridad justicia social, recordando que el 99% de los habitantes del país están cayendo en la pobreza mientras que el 1% se enriquece cada vez más.

No estamos frente a movimientos, como el del sesentayocho del siglo pasado, que alzan el grito de “la imaginación al poder” o del “poder obrero”, sino frente a movimientos mucho menos politizados que, tomando en serio la libertad y los derechos democráticos, simplemente se hacen ver, sentir, ocupando las calles y las plazas con la convicción de que este tipo de presión desde abajo basta para hacer sentir a la autoridad, a los gobernantes, consideración hacia las críticas sobre el hecho de que la banca ha sido salvada pero al precio de empobrecer aún más a la gran mayoría de la población. En el fondo de las protestas, sin embargo, hay problemas comunes, como la falta de alojamiento, la desocupación y, no en último lugar, la corrupción que parece no tener fin.

¿Pueden movimientos de este tipo preocupar seriamente a los gobernantes y a las clases dominantes? Sí, pero sólo desde el punto de vista del orden público. Otro escenario se daría, desde luego que no aún, si se movilizase a la clase obrera, no sólo con huelgas y movilizaciones para rechazar las medidas anti obreras llevadas a cabo por el poder estatal y por los empresarios, sino invocando la vía de la lucha de clase, organizándose para luchar y resistir sobre este terreno y, por tanto, rompiendo con las ilusiones democráticas que paralizan cualquier movimiento social, tanto más el movimiento de la clase obrera.

Sobre la onda de una crisis económica y social que dura cuatro años, que afecta no sólo a los proletarios sino también a amplios estratos de la pequeña burguesía, han aparecido en Grecia, en España, en Italia, en la India, en Chile, en Gran Bretaña, en Israel y en los mismos Estados Unidos, movimientos de indignados que hacen hablar de ellos ocupando plazas y manifestándose por las calles con una cierta continuidad en el tiempo. Ha escandalizado, en las últimas semanas, lo sucedido en Nueva York: el movimiento que se autodefine Occupy Wall Street ha “osado” acampar en la plaza de la Libertad, poblada únicamente por operadores de bolsa que paran para comer, construyendo una especie de campamento pacifista con cocina, camas para los niños, biblioteca, zona nocturna, salas de reuniones, espacios donde tocar música y bailar (1). La policía contemplaba sin intervenir hasta que el movimiento Occupy Wall Street  ha recibido el apoyo de algunos sindicatos entre los cuales el de siderúrgicos, el United steelworkers; la ocasión la dio el cortejo de manifestantes que el 1 de octubre transitaba sobre el puente de Brooklyn: con sprays de pimienta en la cara a los manifestantes, porrazos y 700 detenidos, la policía disolvió la manifestación. Pero desde Nueva York la protesta se extendió a muchas otras ciudades, Los Ángeles, Chicago, San Francisco, Boston, Memphis, Minneapolis, Baltimore, Albuquerque e incluso Hawaii.

También ha causado escándalo lo que está sucediendo en Israel donde, en realidad, la economía no se encuentra hoy en crisis como en Grecia, en Italia o en los Estados Unidos, ya que es uno de los países, junto con la India, China, Brasil o Rusia donde la economía crece si bien esta última tienda, en perspectiva, a caer. También en Israel el movimiento pacífico de los indignados con sus campamentos que surgen un poco en todas partes, se manifiesta contra el sistema de partidos acusado de depender demasiado de los grupos ultra ortodoxos y de vigilar por sus intereses, sin tener en cuenta los intereses transversales de la clase media. Aquí la protesta no nace del empobrecimiento de los estratos pequeño burgueses debida a la crisis, sino de la denuncia de una desigualdad entre aquellos que, con el crecimiento económico del país han logrado beneficios y riqueza y aquellos que se han visto excluidos en parte o del todo de la partición del “botín”; este movimiento no tiene nada en común con las exigencias proletarias de mejores condiciones de vida y de trabajo, sobre todo para la parte del proletariado de origen árabe israelí, aunque se usen reivindicaciones sociales de sabor laborista como la instrucción gratuita, impuestos más altos para los ricos, mayor inversión en construcciones populares, etc. que el gobierno de Netenyahu , astutamente, ha hecho suyas. Pero si de estas reformas en el terreno estrechamente económico y social se pasa a la cuestión política más general, por ejemplo a la cuestión de la opresión nacional de los palestinos o a la cuestión de los asentamientos hebreos en los territorios palestinos, la exigencia de “justicia social” toma formas confusas y se impone la cuestión de la “seguridad nacional” debido a  la cual, en el movimiento de los indignados, junto a aquellos que idealmente admiten el derecho de los palestinos a la autodeterminación se encuentran quienes no se distinguen en nada de la política colonialista de los gobiernos israelíes que se han sucedido en el tiempo.

En Italia las manifestaciones de los indignados han asumido de manera más precisa las características de las protestas estudiantiles: el 7 de octubre, en 90 ciudades italianas, los  estudiantes, por decenas de miles, han salido en manifestación para protestar especialmente contra los recortes en la escuela pública, la investigación, la universidad y el gasto social: reivindicando el “derecho al estudio” gracias al cual obtener trabajo y promoción social. Pero los blancos de la protesta no son sólo la reforma Gelmini de la escuela y la defensa de la “escuela pública” sino que se extienden a los bancos, al viejo personal político de los partidos y del gobierno y a su red de intereses particulares: “nos están robando el futuro” gritan, manifestando así una profunda desesperación por un futuro de desocupación, precariedad y de miseria que la sociedad les dará y, al mismo tiempo, una gran ilusión (“ahora contad con nosotros”) de que, a través del relevo generacional, la innovación tecnológica y el rechazo a pagar la deuda pública (“no es nuestra obligación, es vuestra crisis”) la sociedad pueda cambiar mejorando las condiciones en las cuales se encuentran.

La crisis capitalista golpea, cíclicamente, a toda la sociedad y ha generado un empeoramiento general de las condiciones de existencia de la gran mayoría de la población. Pero la sociedad capitalista, si bien se encuentra dividida entre pobres y ricos, realmente se divide desde la base en clases sociales antagonistas, la clase burguesa dominante que detenta el poder sobre toda la sociedad económica, política, militarmente y las clases subordinadas, la pequeña burguesía y el proletariado entre los cuales sólo la clase proletaria ha demostrado históricamente que posee la fuerza social y el programa político independiente para revolucionar de arriba abajo la sociedad  burguesa superando sus contradicciones. La pequeña burguesía, formada por una numerosa estratificación social que va del pequeño campesino ligado al pedazo de tierra de su propiedad hasta el artesano celoso de su tienda y de su profesión, del profesional al comerciante, del intermediario del comercio o de las finanzas al intelectual o al especialista técnico, etc. ha demostrado históricamente no poseer ni la fuerza social ni el programa político independiente en condiciones de superar las contradicciones de esta sociedad. La pequeña burguesía es hija del mercantilismo y de la propiedad privada y se distingue de la gran burguesía por el hecho de que no posee grandes extensiones de tierra, grandes industrias, grandes bancos y por lo tanto grandes capitales, por los cuales, por otro lado, se ve oprimida y cíclicamente arruinada.

La pequeña burguesía, en realidad, quiere conservar la estructura mercantil y capitalista de la sociedad, conservar su posición mediana que la coloca por debajo de la clase trabajadora proletaria proyectándola hacia una promoción social y una carrera laboral que, manteniéndola en el nivel social “acomodado”, le ofrezca la posibilidad de escalar las posiciones sociales existentes en la sociedad actual; ella defiende con dureza las categorías fundamentales de la clase burguesa, la propiedad privada, la familia, el Estado y las instituciones públicas, la patria, las viejas tradiciones, los prejuicios seculares sobre la mujer, sobre los inmigrantes y siempre está dispuesta a ponerse la camisa roja del reformismo cuando sus condiciones sociales se van puestas en peligro por la crisis económica o la camisa negra del fascismo, cuando sus condiciones sociales peligren por la lucha de clase proletaria; pero siempre se encuentra en primera fila cuando se trata de vestir la camisa militar para “defender la patria”

La pequeña burguesía, para el marxismo, es una medio clase no sólo porque se encuentra colocada socialmente entre la clase del proletariado y la clase de la gran burguesía dominantes sino porque no estará nunca en posición de manifestar una perspectiva histórica autónoma de aquella –antagonista- de las clases principales, por eso oscila continuamente entre las clases principales de la sociedad actual. Dada su constitución social y su colocación, por lo demás vecina a los estratos más altos del proletariado, la pequeña burguesía es también un formidable medio para influenciar del proletariado al servicio de la gran burguesía: es a través de ella que en el proletariado se insinúan y se radican los conceptos de paz social, de no violencia, de “intereses comunes” con las otras clases, de colaboración de clase, de reforma, de participación democrática, de “elección individual”, de instituciones públicas por encima de las clases a partir del Estado, de “justicia social”, de legalidad, de “derechos iguales para todos”, de desarrollo capitalista “sostenible”, etc. Es a través de ella que en el proletariado se insinúan y se radican las actitudes y los prejuicios más retrógados de la burguesía reaccionaria. En esta función social de conservación y de defensa del capitalismo, con la pretensión de representar el rostro “humano”, la pequeña burguesía encuentra su papel histórico y una aparente superioridad respecto a la clase trabajadora proletaria, función que viene combatida y vencida sólo sobre el terreno de la lucha de clase abierta del proletariado y es por esto que la pequeña burguesía  tiene tanto miedo al movimiento autónomo e independiente del proletariado porque es el único movimiento social que la neutraliza quitándole cualquier ilusión y ambición de tener un peso en los acontecimientos históricos.

El papel histórico de la pequeña burguesía consiste en ofrecer a la clase dominante burguesa el personal político, intelectual, burocrático y religioso que tiene la finalidad de desviar sistemáticamente al proletariado del terreno de la lucha de clase para conducirlo a abrazar objetivos, métodos y medios de lucha que sofoquen la autonomía de clase y ofusquen la realidad del antagonismo de clase que las relaciones de producción y sociales capitalistas generan inevitablemente. Cuanto más lejano de la lucha de clase es mantenido el proletariado, más se le reconoce a la pequeña burguesía por parte de la clase burguesa dominante su papel histórico descrito y, por tanto, puede continuar obteniendo parasitariamente la linfa vital de la explotación social del trabajo asalariado.

La ilusión de poder “cambiar el mundo” dejando intacto el modo de producción capitalista y las relaciones sociales que derivan de él, creyendo poder llegar a este gran fin a través de las pequeñas o grandes reformas. Quizá solicitadas por las movilizaciones más o menos pacíficas de las grandes masas del pueblo que confusamente tratan de reaccionar contra las contradicciones sociales en las cuales se encuentran, sirven en realidad a la conservación social. La historia pasada se encuentra llena de ilusiones de este tipo, demostrando que sólo el enfrentamiento titánico entre las dos clases principales de la sociedad –el proletariado organizado en sus organismos de defensa clasista y guiado por su partido político de clase y la burguesía dominante organizada en sus asociaciones patronales y detentando el poder político y militar a través del Estado- pueden decidir la suerte del mundo. Si vence la clase dominante burguesa, como hasta ahora ha sucedido, no habrá ningún cambio en el mundo, sino que continuarán empeorando las condiciones de existencia de las grandes masas proletarias y proletarizadas del mundo que están sometidas a regímenes de explotación del trabajo asalariado y de opresión de los pueblos y de las naciones más débiles, en una sucesión de periodos de paz que preparan la guerra y de periodos de guerra, cada vez más destructivos, que se alargan cada vez más. Si vence la clase obrera, como ha sucedido ya en la historia, si bien por breves periodos, como en la Comuna de París en 1871 y con la Revolución de Octubre en 1917, se inicia un proceso revolucionario que tiene el objetivo de destruir la sociedad burguesa y capitalista fundada sobre la producción de mercancías y sobre la ley del valor con finalidad exclusivamente de mercado y de beneficio capitalista, llegando a la formación de una sociedad racional que coloque en el centro al hombre como ser social, sus exigencias de desarrollo y de consciencia desvinculadas de cualquier finalidad mercantil y de beneficio: sólo en esta dirección es posible superar las contradicciones cada vez más agudas de la sociedad burguesa que, precisamente a causa de su desenfrenado desarrollo capitalista  , no roba el futuro sólo a las generaciones jóvenes sino a la especia humana entera.

En los países imperialistas de Occidente, durante décadas después de la II Guerra mundial, las clases dominantes han combinado la política agresiva sobre los mercados de todo el mundo, sometiendo a las naciones más débiles a una subordinación cada vez más opresora por parte de las economías de los países más fuertes, explotando de manera mñas profunda y extensa no sólo los recursos naturales de estos países sino, sobre todo, sus poblaciones transformando una parte cada vez mayor en proletarios puros, con una política social interna construida en torno a una serie de amortiguadores sociales con los cuales consentir las exigencias económicas y sociales más vivas de sus propios proletariados nacionales. Tal política de amortiguadores sociales ha sido heredada en realidad del fascismo italiano y del alemán que han representado, históricamente, sobre todo el alemán, el desarrollo más racional posible del capitalismo imperialista. Los amortiguadores sociales constituían bajo el fascismo, como lo hacen bajo el régimen democrático post fascista, una serie de “garantías”  codificadas por leyes con los cuales soldar los intereses proletarios con los capitalistas. En la visión corporativista típica del fascismo, tales amortiguadores constituían al mismo tiempo la “garantía” de una duradera colaboración entre las clases, obteniendo de manera directa la complicidad del proletariado para la defensa de la economía nacional y por tanto de los intereses de la economía nacional respecto a la competencia en el mercado mundial.

El oportunismo estalinista primero y el post estalinista sucesivamente, asumiendo como objetivo propio y principal la defensa de la economía nacional, mistificando la estatalización de la economía como “vía nacional al socialismo” y aceptando reorganizar los sindicatos obreros destruidos por el fascismo sobre la misma base corporativa de los sindicatos fascistas, volviéndolos “democráticos” y por tanto interclasistas, no ha hecho otra cosa que dar a la colaboración de clase de corte fascista un color diverso pero con el mismo objetivo: plegar al proletariado a las exigencias de la economía capitalista que en la post guerra se caracterizaba por la reconstrucción y, sucesivamente, por el desarrollo. La desaparición de la URSS como abanderado de un mistificado “socialismo real” hacia el cual los otros países hubieran debido tender, ha hecho caer la máscara que los arneses de la contra revolución estaliniana habían endosado para engañar al proletariado de todo el mundo, develando su naturaleza burguesa y oportunista. Hoy, los campeones de la “vía nacional al socialismo” de ayer han instruido (y se han convertido) a los nuevos campeones del desarrollo “sostenible” del capitalismo que, en tiempos de crisis como el actual, se vuelven los verdaderos gestores de los amortiguadores sociales, de los despidos, de las medidas de austeridad.

Heredando del fascismo su política social, con su corolario de intervencionismo estatal y de desarrollo de la máxima concentración capitalista posible, la democracia post-fascista demuestra ser simplemente otra cara de la misma medalla del poder burgués: el capitalismo es siempre capitalismo, las leyes económicas de su modo de producción no se pueden cambiar y el desarrollo de sus contradicciones confirma plenamente la previsión marxista. Lo que ha cambiado es el método de gobierno: de democracia liberal ha devenido fascismo y después democracia blindada e imperialista, ha aumentado el militarismo y el despotismo social y la opresión del proletariado, de los pueblos y de las naciones más débiles. Como la burguesía de los países más desarrollados, de su fase histórica reformista no podía volver a su fase histórica revolucionaria, así de la fase histórica imperialista y centralizada no podía volver a la fase reformista. Esto significa que el imperialismo es, como ha afirmado Lenin, el último estadio del desarrollo capitalista y este camino no puede desandarse como se ilusiona con poder hacer la pequeña burguesía; el fin de las contradicciones capitalistas es históricamente inexorable: guerra imperialista o revolución proletaria. Y es exactamente allí donde el camino económico mundial, desde el fin de la segunda guerra mundial, decenio tras decenio, se dirige.

El futuro que el capitalismo ofrece a las jóvenes, y no tan jóvenes, generaciones no puede ser diferente que el que la economía capitalista ha escrito en su mismo modo de producción: miseria creciente, hambre, guerra destructiva, en una espiral sin fin. Para algunos podrá significar una mejora de sus condiciones personales de existencia, pero no será así para la gran mayoría.

El futuro de la sociedad humana se encuentra en manos de la única clase revolucionaria existente: el proletariado, la clase de los sin reserva, de aquellos que no tienen nada que perder en esta sociedad sino las cadenas que les vuelven esclavos asalariados. Los jóvenes, los estudiantes, mientras se ilusionen con la idea de que el cambio del mundo es posible “si se quiere cambiar” pero sin romper las cadenas con las cuales la sociedad del capital esclaviza a la gran mayoría de la población mundial, no harán sino lubrificar los mecanismos ideológicos y sociales del dominio burgués. Deberán abrazar la única causa de clase que tiene un futuro: la causa revolucionaria de la clase obrera, ponerse a su servicio llevando a la lucha proletaria la energía y el entusiasmo que posee la juventud. Fuera de esta perspectiva sólo se encuentra el mezquino, pequeño e impotente mundo de la “conciencia individual”, de la “persona” convertida en mercancía fácilmente deteriorable por un modo de producción que no tiene ninguna posibilidad histórica de llevar a un desarrollo real de la sociedad humana. El desarrollo del capitalismo es la negación de cualquier relación armónica entre los hombres, de cualquier actividad útil al hombre, de cualquier placer por vivir.

 


 

(1) Cfr. Laurie Penny New Statesman, Gran Bretaña, en Internazionale nº 918, 7-13 de octubre de 2011

(2) Cfr. Il manifesto, 4 de octubre de 2011

 

 

Partido Comunista Internacional

9 de octubre de 2011

www.pcint.org

   

Top

Volver sumarios

Volver archivos