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El terrorismo pequeño burgués de matriz islámica golpea también a Bruselas, con dos atentados.

La respuesta proletaria no es la solidaridad con los capitalistas y los gobernantes, sino la lucha de clase contra cualquier manifestación social del capitalismo, comprendido el terrorismo pequeñoburgués.

 

 

22 de marzo de 2016, a las 8 de la mañana, dos “kamikaces” se hacen saltar por los aires en el aeropuerto de Zavantem de Bruselas; después de poco más de una hora, en la estación de Maelbeek del metro de Bruselas, a dos pasos de los palacios de la Unión Europea, otra explosión. 34 muertos hasta ahora y más de 300 heridos de los cuales 61 muy graves, por lo que el número de muertos podría aumentar.

¡Lo esperábamos!, declaran los gobernantes belgas justo después de los atentados; en verdad lo esperaban desde hace tiempo no sólo en el gobierno belga sino también en los de París, Berlín, Londres, Roma y Madrid. Después de los atentados en París del pasado noviembre, Hollande delcaró –en nombre de todos los gobiernos imperialistas occidentales- ¡Estamos en guerra!. Sí, en guerra, ¿pero contra quién? La guerra que cada capitalismo nacional lleva a cabo es una guerra de competencia cada vez más despiadada, es una guerra que se desarrolla simultáneamente en sus diversas fases: económica, política, financiera y cada vez más a través de las intervenciones militares hasta ahora en países de la lejana o inmediata “periferia” del imperialismo, sergún donde chocan los intereses imperialistas. Una “guera” que el terrorismo yihadista, hijo del terrorismo de la gran burguesía de las metrópolis imperialistas, ha “aceptado” y “devuelto” llevando sus ataques, incluido el suicidio, al corazón de las capitales imperialistas de América y de Europa: Nueva York, Madrid, Londres, París y ahora Bruselas.

Bruselas es la capital de las instituciones europeas, objetivo simbólico importante para la Yihad. En efecto, Bélgica ha sido, en los últimos años, un objetivo predilecto para el terrorismo pequeño burgués de matriz islámica. El 13 de diciembre de 2011, en Lieja, un yihadista abre fuego en la calle: 5 personas mueren, 125 son heridas. El 24 de mayo de 2014, en el atentado al Museo Judío de Bruselas fueron asesinadas 4 personas. El 15 de enero de 2015 en Verviers es desmantelada una célula yihadista que estaba preparando una serie de atentados en Europa. El 22 de marzo de este año, de nuevo en Bruselas, esta vez los atentados provocan una masacre.

Con atentados de este tipo el terrorismo pequeño burgués de matriz islámica, no siempre ligado directamente a Al Qaeda o al más reciente Califato negro de Baghdad, encuentra su justifiación en la respuesta a dar a las potencias occidentales que a lo largo de decenios han aterrorizado, bombardeado y ocupado militarmente en diversas ocasiones, este o aquel país del Medio o del Extremo Oriente. La situación más reciente, en Irak  y en Siria, caracterizada por la intervención militar de las potencias occidentales –Bélgica participa con su propia aviación- y por una continua masacre de la población a través de los bombardeos de las ciudades y de las intervenciones de las milicias y de los gobiernos sostenidos por los americanos y por los europeos, ha dado mayor vigor a aquellas fuerzas que ya sobre el terreno han acumulado experiencia de guerra y que aprovechan el caos devastador provocado por las guerras aún en curso para hacerse con jirones de poder en las ciudades y en los territorios y recabar beneficios, tanto del tráfico de armas y de hombres como del petróleo y de las drogas. A estas formaciones guerrilleras, para hacerse con jóvenes milicianos dispuestos a dar su vida al servicio de organizaciones que se oponen a la fuerza de los grandes y ricos países como los Estados Unidos de América y los países europeos, no les sirven tan solo los suministros de armas y los importantes apoyos financieros, les sirven también los ideales y el fundamentalismo islámico, contrapuesto al cristianismo y al catolicismo en particular, se los proporciona uniéndolos a gestos heróicos, como la inmolación y el sacrificio de la propia vida en los atentados, considerados necesarios para “purificarse” y “purificar” un mundo corrupto y degenerado.

Este tipo de terrorismo no pesca necesariamente a sus adeptos sólo en los abismos de la desesperación de la falta de trabajo y de la miseria; los encuentra también en los estratos de la pequeña buguesía de los cuales salen elementos que, para dar un sentido a su propia vida, limitada por una rutina cotidiana determinada por la búsqueda de dinero para vivir, por los atropellos de los más ricos, por la contraposición étnica y religiosa, se dejan deslumbrar por los mitos de una justicia divina que se sobrepone a la justicia terrenal, transformándose en instrumentos de venganza y de justicia inapelable. No es casualidad que estos atentados, por lo general, no se dirijan contra personajes precisos, sino contra la masa, contra personas que se encuentran por azar en el lugar y en el momento dados; atentados que difunden muerte y terror contra gente inocente (como “gente inocente” es aquella que muere bajo los bombardeos de las ciudades en Irak, Siria o Libia) creyendo con esto poder cambiar realmente el curso de las cosas.

En realidad, este terrorismo reaccionario pequeño burgués no es sino la otra cara del terrorismo de la gran burguesía, el terrorismo de los estados burgueses que, con sus propias guerras de rapiña en las diversas zonas del mundo o con las guerras de rapiña llevadas a cabo por cuenta de pequeños estados o por formaciones partisanas armadas y sostenidas a tal efecto, perpetúan su dominio político y, sobre todo, alimentan el dominio del capitalismo y de sus leyes en el mundo

Después de los atentados del pasado noviembre en París, y sobre todo después de la serie de atentados, llevados a cabo o abortados, estaba claro incluso para el hombre de la calle que en un país como Bélgica –el único país europeo nacido artificalmente, en 1.830, por obra de las potencias europeas de la época, Francia y Alemania en particular, como “país almohadilla”- en el cual nunca se ha llegado a una integración “nacional” efectiva entre los grupos de diferente origen, francófonos, flamencos-holandeses y alemanes, y en el cual, más allá de la monarquía, no existe una centralidad efectiva que gobierne todo el país, el terrorismo de matriz islámica tendría una fácil difusión. La declaración “lo esperábamos” de los gobernantes belgas no corresponde a una conciencia capaz de prevenir los golpes de un “enemigo interno”, sino a la declaración de una notable debilidad que reclama la necesidad de una fuerte tutela por parte de un país fuerte y organizado; y de hecho es la Francia de Hollande la que ha dado un paso al frente, también porque los autores de los atentados de París, en el Charlie Hebdo y en el Bataclan, provenían todos de Bruselas y en particular del barrio musulmán Molaenbeek en el cual la policía ni siquiera entra.

La misma prensa burguesa, antes de los atentados de Bruselas, declaraba qe Bélgica es “un estado fallido”, un “estado débil” construido sobre una “idea nacional” muy precaria. Un país en el cual se hallan muchas razones objetivas que han consituido el humus para la formación de grupos extremistas islámicos, como por ejemplo una consistente y poco integrada comunidad musulmana entre la cual se encuentra un alto nivel de desocupación juvenil, la facilidad de procurarse armas, la autoridad de una policía ineficaz, mal equipada y dividida por los diversos niveles de autonomía burocrática y de rivalidad entre flamencos y valones1. Es por ello, porque Bélgica tiene una “unidad nacional muy precaria”, que fue elegida por la mayoría de las potencias europeas como sede de las instituciones de la Comunidad Europea en 1.957, la U.E. desde 1.993; París no habría aceptado nunca que la sede de una “nueva” Europa fuesen Bonn o Berlín, como Berlín no hubiera aceptado lo contrario. Bruselas aparecía como lo suficientemente inserta en el frente de defensa de los intereses imperialistas europeos (su historia colonial casi centenaria grantizaba este punto de vista) pero con un nacionalismo lo suficientemente débil como para no poder condicionar o enfrentarse a los intereses de los imperialistas más fuertes (léase Alemania, Francia, Reino Unido) como para ser elegida casi automáticamente como capital institucional de Europa.

 

No obstante el drástico juicio de “estado fallido”, los proletarios belgas, tanto de origen flamenco como de origen valón, sean inmigrantes o nativos, no se hacen ilusiones: la democracia y la autonomía reconocida en las ciudades de Bélgica o en sus barrios, no son puntos de fuerza para una vida civil armónica. Cuando los proletarios belgas se subleven lanzándose con su lucha de clase anticapitalista, se encontrarán de frente no sólo con las fuerzas del orden del “estado fallido” de Bélgica, sino también con las fuerzas militares de París o de Berlín, de Estados bien fuertes y preparados que sustituirán al belga en defensa de un régimen burgués en el cual se podría abrir una falla clasista peligrosa por el contagio que podría provocar en los países vecinos.

La explotación que caracteriza siempre, bajo cualquier cielo y todos los días, al modo de producción capitalista, no se suspende nunca, porque es de la explotación sistemática de la fuerza de trabajo que el capital extrae su propio beneficio. Esta explotación forma parte de una guerra que los capitalistas no declaran nunca abiertamente, una guerra sutil, enmascarada en la colaboración de clase en defensa de la economía empresarial y nacional, en defensa de una democracia y de una civilización que no son otra cosa que el engaño sistemático de un poder del pueblo inexistente, la primera, y el refuerzo de las cadenas que ligan a los trabajadores asalariados –no importa qué lengua hablen, de qué raza sean o en qué religión crean- al sistema productivo capitalista que tiene por objetivo prioritario, siempre y en cualquier caso, la valorización del capital. Si para lograr este objetivo deben relajar las medidas de seguridad en el trabajo, los capitalistas lo hacen; si deben despedir, despiden; si deben participar en la explotación de los proletarios de naciones más débiles, participan y recogen los lucrativos frutos; si deben intervenir militarmente en partes del mundo en las cuales el capitalismo nacional tiene sus intereses, intervienen; si la conveniencia de formar parte de una banda de ladrones hace necesaria la participación en los bombardeos de Irak, hacen despegar los F16 y se va a bombardear. Desde lo alto no se ven nunca los ojos de aquellos a los que se masacra con las bombas. El capital manda, los capitalistas obedecen; y en su noble misión de aumentar al máximo posible los beneficios, o por lo menos defender la recogida de estos, actúan con todo el cinismo del cual está empapado el capital.

En la actualidad atravesamos un periodo en el cual los proletarios europeos, intoxicados por decenios de democracia y de réditos que resultan notablemente superiores a aquellos de los proletarios de los países de la periferia del imperialismo, no han madurado la conciencia de que la clase dominante burguesa no hará nunca nada que pueda dañar sensiblemente su dominio político y económico. Un periodo en el cual la clase dominante burguesa puede alzar aún el velo de una supuesta civilización superior escondiendo el robo real que se ha llevado a cabo contra la gran mayoría de la población mundial bajo la fachada de una comunidad de intereses, de una comunidad de valores que unirían a los proletarios ocupados y a los desocupados, inmigrantes y refugiados, a los patrones y a los capitalistas, a los pequeños y a los grandes burgueses, en nombre de una “patria”, de una “civilización”, de un “cultura” o de una “religión” por la cual, en realidad, generaciones enteras de proletarios han sido obligados a verter ríos de sangre sin obtener a cambio la preconada “libertad”, la “paz”, la “igualdad” o la “fraternidad”. Un periodo en el cual las fuerzas del oportunismo colaboracionista ocultan los intereses del proletariado tras los valores burgueses de la patria, de la economía nacional, del llamado “buen gobierno” y de una paz que las mismas contradicciones sociales y los enfrentamientos interimperialistas no aseguran nunca.

La reacción terrorista pequeño burguesa está, de hecho, también al servicio del dominio general del capital, porque responde a sus leyes, a favor de fracciones burguesas competidoras de aquellas que gobiernan actualmente en los territorios que se quieren sustraer a las fuerzas actualmente dominantes. Burgueses contra burgueses, se hacen la guerra para llenarse las manos con riquezas que no son otra cosa que el producto del trabajo humano, del trabajo asalariado de generaciones de proletarios.

La guerra de los burgueses imperialistas contra los burgueses “terroristas” no es una guerra de la cual los proletarios debean sentirse partícipes y por la cual deban sacrificar su propia vida, sus propios intereses, su propia causa. Sí, su propia causa, la causa de una clase que produce toda la riqueza social existente que, sin embargo, se apropia el enemigo de clase, la burguesía capitalista. La causa de una clase proletaria que es históricamente antagonista a la de la clase burguesa: no es un credo de Fe, es la realidad de la sociedad capitalista la que lo demuestra todos los días. El proletariado debe, sólo, reconocerlo. Debe madurar la conciencia de que para afirmar sus intereses de clase no podrá eximirse del enfrentamiento frontal con las fuerzas de conservación social burguesa, fuerzas estas  que se lanzarán contra él cada vez que se intente sustraer a la explotación bajo la cual está colocado no por “elección propia”, sino por la constricción social de un dominio burgués que sólo con esta condición logra, ha logrado y logrará, extraer el plusvalor del trabajo asalariado.

La respuesta de los proletarios a los ataques terroristas no debe ser el hermanamiento con los capitalistas y con los gobernantes en defensa de un dominio político que es congénitamente anti proletario. La respuesta proletaria debe desarrollarse sobre el terreno de la lucha de clase, organizándose en defensa exclusiva de sus propios intereses y reconociendo sólo en los proletarios de los otros países a sus verdaderos aliados, a sus hermanos de clase. Esta perspectiva puede parecer hoy utópica y poco “concreta”, pero es la única que concretamente puede ser asumida por la reanudación de la lucha proletaria, que se se refiere únicamente a los intereses de la clase, a los intereses de la propia causa histórica que consiste en acabar de una vez por todas con el régimen de explotación del hombre por el hombre, con el sistema capitalista que no puede hacer otra cosa que colocar en el centro de sí mismo al capital, a la producción de capital, a la valorización del capital, obligando a los seres humanos a satisfacer con su trabajo no las necesidades de su vida y de la vida social, sino las necesidades del mercado, por lo tanto las necesidades del capital.

 

¡Ninguna solidaridad con los capitalistas y con los gobernantes bajo el pretexto de la “lucha contra el terrorismo”!

¡Ninguna solidaridad con los imperialismos, entidades terroristas mundiales, que clavan sus garras en las carnes de pueblos enteros con el único fin de enriquecerse, depredando y masacrando!

¡Ninguna justificación de los actos de terrorismo pequeño burgués, con cualquiera de las matrices con las que se presenta!

¡Organización de clase proletaria en defensa exclusiva de los intereses de clase anticapitalistas!

¡Por la reanudación de la lucha de clase en todos los países!

¡Por la revolución comunista, única solución histórica de la emancipación proletaria de la explotación salarial y de cualquier tipo de opresión burguesa!

 


 

1 Cfr. http:// www .politico.eu/ article/ belgium- failed- state- security- services- molenbeek- terrorism/, in http:// www. ilpost.it/ 2016/ 03/ 27 /problemi-belgio/

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

27 de Marzo de 2016

www.pcint.org

 

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