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Cuba

Muerto Fidel Castro no se abre una nueva fase de una “revolución socialista” que nunca ha sido tal, sino un reposicionamiento del capitalismo cubano en el mercado mundial.

 

 

El nacionalismo que canalizó la revuelta de las masas proletarias y semiproletarias cubanas contra la feroz dictadura de Batista y la colonización estadounidense no abrió nunca la vía al socialismo, sino a una burguesía nacional que quería para sí los beneficios que acababan en los bolsillos del capitalismo americano.

Uno de los mitos, alimentados durante más de cincuenta años por las burguesías imperialistas de todo el mundo, el del “socialismo cubano”, pierde, con la muerte de Fidel Castro, a uno de sus más tenaces propagandistas.

El primero de enero de 1.959, después de años de guerrilla conducida contra el régimen de Fulgencio Batista que durante 25 años había dominado la isla por cuenta del capitalismo estadounidense, el “Movimiento 26 de Julio”, con Fidel Castro a la cabeza, conquistó la capital, La Habana, de la cual Batista había huido, y tomó el poder.

En el clima general de los movimientos de democratización de América Latina, en un cuadro internacional en el cual las luchas anticoloniales en Asia y en África estaban poniendo en grandes dificultades a las potencias coloniales europeas y en el ámbito de la llamada “guerra fría” entre EE.UU. y la URSS, los Estados Unidos jugaron la carta de apoyar la “democracia” en América Latina en función anti-URSS. En un primer momento, por lo tanto, apoyaron el cambio de guardia en Cuba entre Batista y Castro, pero después de que el gobierno castrista –aplicando el programa de reforma agraria del “Movimiento 26 de Julio”- nacionalizó las mayores propiedades y las haciendas más grandes, sobre todo azucareras y tabaqueras, quitándoselas de las manos a los capitalistas americanos, el gobierno de EE.UU. cambió de política: trató de ahogar la economía cubana no importando más azúcar y reduciendo drásticamente el flujo turístico hacia la isla caribeña. El gobierno castrista, que hasta ahora no se había proclamado socialista, se volvió hacia la URSS (que por otra parte tenía todo el interés posible en sustraer a Cuba de la influencia de Washington); esto obligó a  un cambio de ruta y  un programa social “antiamericano” que facilitaron la propaganda interna y externa de una especie de “socialismo nacional”; en 1.961 la República de Cuba fue proclamada “república socialista”.

Cuba, en la época, por el hecho de que el movimiento de los “barbudos” había logrado vencer y dañar al imperialismo más fuerte del mundo, asumió velozmente el nivel más alto del mito de un “socialismo nacional” que la Rusia estalino-kruscheviana alimentaba desde hacía décadas a manos llenas: Cuba, Fidel Castro y con él el Che Guevara, eran abanderados del oportunismo estalinista como los campeones de un “socialismo” que podía “conquistar América”; en la trampa propagandista del falso socialismo ruso, o chino, y por lo tanto del falso socialismo cubano, cayeron todos los grupos considerados de extrema izquierda que intercambiaban las “nacionalizaciones” y las “cooperativas” por el socialismo realizado en la economía. Es más, pretendían que pudiese haber una “revolución socialista” sin la influencia determinante sobre  proletariado y sobre las masas desheredadas, guiando a ambos políticamente, del partido comunista revolucionario; pretendían que la “revolución socialista” fuese en realidad una democracia ampliada y que no tuviese como su programa fundamental, una vez conquistado el poder político, el considerarse un bastión de la revolución proletaria internacional y por ello el dirigir sus propias fuerzas a destruir las fortalezas burguesas desde el interior e integrar su propia lucha anticapitalista en la lucha del proletariado del resto de países.

        En realidad, si bien la lucha contra la opresión colonialista de los EE.UU. sobre Cuba fue una lucha que tendía a sacar del hambre y de la miseria a las masas campesinas y proletarias cubanas, aquella lucha tuvo siempre las características de una revuelta burguesa que dirigía el empuje “revolucionario” de las masas proletarias, semiproletarias y campesinas pobres hacia los objetivos políticos y económicos de la burguesía cubana, y sobre todo de sus estratos medios y pequeños, visto que los grandes burgueses eran copartícipes de los beneficios que los capitalistas americanos le sacaban a Cuba.

Por otra parte, históricamente, Cuba en 1.959 no era ya la Cuba de 1.850. En 1.898 Cuba se independizó de España, pero en términos capitalistas deviene una semi-colonia de los EE.UU.: en el orden del día no estaba ya la “revolución doble” (revolución antifeudal por la independencia nacional y por implantar las bases del capitalismo y revolución proletaria, por lo tanto antiburguesa y anticapitalista, como en el caso de la Rusia de 1.905-1.917), sino únicamente la revolución proletaria, si bien en un país atrasado en términos capitalistas. Y la revolución proletaria –por lo tanto la revolución “socialista”- para ser tal debe tener por protagonista a la clase del proletariado (de las fábricas y del campo), organizada en organismos económicos y sociales tales que le permitan entrenarse a través de las luchas inmediatas para la lucha contra la clase burguesa, y por guía al partido comunista revolucionario que es el único órgano que posee la conciencia de clase, por lo tanto los objetivos y los fines históricos de la lucha revolucionaria del proletariado a nivel nacional e internacional. Todo esto faltó en Cuba, como faltó en todos los países del mundo, dado que en Rusia y en el mundo, en los años ´20 del siglo pasado, venció la contrarrevolución burguesa a la que llamamos estalinista. He ahí porqué el castrismo, o el guevarismo, no puede ser intercambiado por “socialismo”; se trató, y se trata en realidad de un radicalismo burgués con salsa cubana...

En 1.961, en uno de los trabajos de partido dedicados a la “revolución cubana”, titulado Las dos caras de la revolución cubana, escribíamos

“Sólo en apariencia los movimientos cubanos, de los que los barbudos han sido y son los protagonistas escenográficos, se entrelazan con los que han sacudido desde los fundamentos el orden tradicional en África y Asia.

El elemento común representado por la áspera lucha contra el imperialismo y los grandes monopolios capitalistas oculta el hecho esencial de que, en el caso de los países afroasiáticos, la lucha de independencia nacional y por la constitución de Estados unitarios (por consiguiente dirigida también contra potencias coloniales, o de cualquier modo contra el yugo financiero del capitalismo imperialista) es un aspecto de la más basta lucha contra estructuras tradicionales, feudales o para feudales; mientras en Cuba, y en general - aunque en distinto grado en América Latina - el capitalismo ha sido importado hace varios decenios por los Estados Unidos y otras potencias capitalistas, y la economía interna presenta desde hace tiempo el armazón burgués fundamental, por tanto, también una estructura social que se apoya en un vasto y súper explotado proletariado.

Aquí, el tema principal de la «revolución» anticolonial es el esfuerzo de la joven burguesía indígena por desvincularse del sometimiento al capital financiero extranjero (a cuya sombra sin embargo ha crecido) o, según los casos, de establecer con él relaciones de cooperación en los beneficios de la explotación de los recursos locales, utilizando para este objetivo el empuje de la rebelión de las masas proletarias y semiproletarias, canalizándoles hacia el objetivo nacionalista, disuadiéndoles de una posible orientación social-revolucionaria, y haciéndoles de muleta, de apoyo, para el propio reforzamiento de la dirección del Estado. Los movimientos y los regímenes que surgen en este área, y de los que el ejemplo cubano ofrece el ejemplo más «puro», se presentan pues como violentamente nacionalistas hacia el exterior y como reformistas hacia el interior; en el primer sentido tienen una ficción histórica de ruptura de los equilibrios tradicionales imperialistas, que pueden provocar, y de hecho provocan, en los grandes centros de piratería burguesa (y especialmente en los USA), crisis de prestigio y serias dificultades económicas, cuya violenta explosión no pueden dejar estúpidamente indiferentes al proletariado mundial y al partido revolucionario comunista; en el segundo sentido, ejercen una función de freno sobre los contrastes sociales internos, y para el proletariado internacional e indígena no solo se plantea el problema de un apoyo armado a los partidos nacionales en cuanto se trate de «hacer avanzar la rueda de la historia» estructuras precapitalistas residuales abatiendo e impulsando el movimiento sobre el plano de «la revolución doble» sino que se plantea el objetivo de denunciar los objetivos burgueses-reformistas, poniendo sobre el tapete la cuestión de la separación de la clase obrera de los partidos y regímenes interclasistas, y de la lucha proletaria abierta para el asalto al poder.

En el caso específico de Cuba, el proletariado revolucionario puede valorar positivamente los golpes específicos infligidos tanto a las mastodónticas centrales azucareras y petrolíferas americanas, como al gobierno intervencionista en nombre de la «libertad» y «autodeterminación de los pueblos» y el desenmascaramiento de estas falsas banderas ideológicas; pero debe ridiculizar y combatir la pretensión castrista de haber realizado una «revolución social» y, peor aún, de haber construido una «república socialista» de punta en blanco con la bendición, por añadidura, de la otra intriga mundial personalizada en el Kremlin.

En la creación y difusión de este mito, que por lo demás, acarrea agua al molino de los burgueses radicalizantes, a los que predican la posibilidad de la «revolución social» sin partido de clase, y por tanto sin marxismo, contribuyen no sólo, como es lógico, los estalinistas-kruchovíanos, representantes de comercio para la venta de regímenes populares inter-clasistas, bautizados como progresistas, e incluso como socialistas, sino también de los «nacional-comunistas» a la Tito y aquellos que, para desgracia del gran revolucionario llamado León, se auto proclaman trotskistas” (1).

Junto al mito castrista o guevarista y del “socialismo cubano”, está el hecho de que Cuba ha resistido a las presiones de Washington no obstante el embargo estadounidense que desde hace 55 años la asedia. Cierto que, hasta 1.989, cuando el imperio soviético implosionó, el hecho de poder contar con las relaciones comerciales y políticas con la URSS y sus satélites europeos, contribuyó a frenar las amenazas estadounidenses. Pero no puede olvidarse que la economía cubana, precisamente a través de las relaciones capitalistas con Moscú, con los otros países europeos del Este y con algunos países de América Latina, especialmente Venezuela, se insertaba en el mercado mundial a través de las importaciones de petróleo, maquinaria, productos alimenticios, químicos y las exportaciones de azúcar, níquel, tabaco, pesca, cítricos y productos farmacéuticos. Y después del colapso del imperio ruso, las relaciones económicas y comerciales se ampliaron a otros países de la Europa Occidental hasta tal punto que desde 2.002 Cuba utiliza el Euro en lugar del Dólar en los intercambios comerciales internacionales. El aislamiento de Cuba, en realidad, no ha sido nunca un verdadero aislamiento económico y comercial, sino sólo en parte político; y ha sido sobre todo una marginación por parte del capital estadounidense a la espera de que el régimen castrista cayese, dado que las incursiones tipo Bahía de Cochinos demostraron que no reportarían victorias fáciles.

¿Será el Euro y no el Dólar el que recoloque al capitalismo cubano en el mercado mundial a través no sólo de intercambios económicos más intensos sino también de inversiones en la isla? Sea uno u otro, no cambia la sustancia de la explotación capitalista: el capital se invierte más fácilmente donde hay recursos naturales y abundancia de fuerza de trabajo proletaria, mejor si está instruida. Y Cuba representa para cualquier capital que quiere sacar beneficio tierra fértil y fuerza de trabajo capaz, instruida y sobre todo habituada a un bajo nivel de vida, por lo tanto, objetivamente, de bajo coste. La apertura de acuerdos con empresas farmacéuticas europeas, gracias a los planes de desarrollo de biotecnologías, demuestra que Cuba puede representar para el capital óptimas ocasiones de beneficio; y es cierto que será esta la vía que tomará el gobierno cubano de ahora en adelante; la reciente visita de Obama y de funcionarios del Departamento de Estado a La Habana es una señal de que el aislamiento de Cuba respecto de los Estados Unidos será superado antes o después.

Si los obreros cubanos, de las fábricas y del campo, engañados durante seis décadas acerca de un socialismo inexistente, se han podido beneficiar hasta ahora de los progresos importantes en el terreno de la sanidad y de la instrucción, lo deben a dos factores principales: en primer lugar a su tenaz lucha contra los aspectos más brutales de la explotación de los viejos capitalistas americanos y cubanos, lucha que fue la base de la caída del régimen de Batista y de los trust americanos, lucha que dio lugar a un régimen nacionalista capaz de conjugar las necesidades básicas de supervivencia de las amplias masas proletarias y semiproletarias, garantizando de esta manera el mantenimiento del régimen castrista; en segundo lugar, a la coyuntura internacional en la cual los enfrentamientos más agudos entre los imperialismos se han concentrado en otras zonas y en otros países del mundo, en particular en Medio Oriente y en África.

No sabemos cuánto tiempo hará falta para que los proletarios cubanos se den cuenta de que el nacionalismo que el “comandante” Fidel Castro y que Che Guevara etiquetaron como “socialismo” y que el partido, fundado sólo en 1.965, llamado “partido comunista cubano”, no han sido sino instrumentos útiles a la burguesía cubana radical y empobrecida para sustraerse de la sofocante tutela del capitalismo estadounidense y, al mismo tiempo, útiles para gestionar directamente, nacionalmente, a través de una “soberanía nacional” conquistada, la explotación del proletariado cubano, característica no del socialismo sino de cualquier sociedad capitalista.

No sabemos qué agudizaciones de los enfrentamientos interimperialistas y qué crisis económicas pondrán en dificultades a los poderes burgueses en los Estados Unidos, en los países europeos, en los países latinoamericanos, en Rusia o en China, pero es cierto que el desarrollo del capitalismo a nivel internacional llevará a un incremento de los factores de enfrentamiento y de guerra, sacudiendo inevitablemente a sus respectivos proletarios de la intoxicación oportunista, democrática y nacionalista, poniéndolos ante el inevitable dilema histórico: o guerra o revolución, o lucha de clase y revolucionaria en defensa exclusivamente de los intereses inmediatos e históricos proletarios, o el enésimo aniquilamiento de la propia identidad de clase y el ulterior sometimiento de los proletarios a las exigencias del voraz y despiadado modo de producción capitalista.

En cuanto comunistas internacionalistas y revolucionarios, sobre la línea de las experiencias históricas de la Comuna de París y de la Revolución de Octubre en Rusia y sobre la línea que ha distinguido históricamente a la izquierda comunista en la lucha contra la degeneración de la Internacional Comunista y de los partidos adherentes a ella, nosotros continuamos la dura obra de la defensa del marxismo ortodoxo contra todos los ataques oportunistas y de la formación del partido de clase que tendrá la tarea de guiar a nivel internacional a las masas proletarias a la revolución finalmente antiburguesa y anticapitalista, y por lo tanto efectivamente socialista y comunista.

 


 

(1) Ver el resumen mismo de la reunión general de partido mantenida en Roma el 3-4 de marzo de 1.961 sobre “La terrible responsabilidad del estalinismo frente a los movimientos anticoloniales”. Publicado en “il programma comunista” nº 10 de 1.961

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

3 de diciembre de 2016

www.pcint.org

 

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