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Luchas de masas proletarias en Colombia:

¡Por une orientación y organización de clase!

 

 

Desde hace una semana, esta vez le toca a Colombia ser el teatro de grandes movimientos de luchas contra la austeridad capitalista infligida por el gobierno.

15 meses después de la elección de Duque, el descontento hacia el gobierno se ha generalizado, sobre todo por la situación de precariedad social que viven las grandes masas; por lo tanto, no es casual que, según los sondeos de opinión, actualmente su gobierno sufra de un 69% de desaprobación.

La economía colombiana se había incrementado en el último trimestre en un 3,33% (a ritmo anual), gracias a una contestada ley de impuestos más rigurosa. Pero a pesar de esto, el desempleo no baja y ya llega al 10,2%. Cabe decir que Colombia posee un batallón de 12 millones de empleados informales, por lo tanto no tienen ninguna protección laboral ni social. Un 40% de los trabajadores ganan menos del salario mínimo nacional, y a menos que lo hagan por su cuenta, no tienen ninguna posibilidad de ser pensionados por el Estado; de 8 millones de asalariados, solo 3 millones tienen derecho a cobrar una pensión de vejez. Como dice una pancarta de las recientes movilizaciones: “Trabajo decente y pensiones dignas”, estas son pues las razones centrales de las movilizaciones y del paro nacional. Todo esto se desarrolla en medio de un clima de terrorismo estatal, expresado en masacres de indígenas, persecución de dirigentes sindicales y vecinales, incluyendo el asesinato de una candidata a las elecciones de alcaldes. Esta situación es frecuente en el país andino que todavía no logra cerrar las profundas heridas dejadas por la pasada guerra civil. Pero la tensión aumentó recientemente tras el bombardeo de una supuesta zona guerrillera, donde resultaron muertos salvajemente 8 niños – a pesar de que el ejército sabía que eran niños. Se debe resaltar que entre las reivindicaciones de los convocados al paro nacional está la exigencia de un mayor compromiso con la implementación del acuerdo de paz con las FARC firmado en 2016.

El gobierno había preparado un conjunto de medidas anti obreras exigidas por los capitalistas, como la disminución de las pensiones de jubilación, disminución del salario mínimo juvenil en un 25%, abolición del salario mínimo, fin de los contratos de trabajo, disminución de los impuestos a las grandes empresas, privatizaciones, etc. Es particularmente contra este «paquetazo» que los sindicatos anunciaron un paro nacional, el segundo en pocos meses (el primero tuvo lugar el 25 de abril) y manifestaciones en todo el país.

El diario Semana del 15/11 expresaba los temores de la burguesía de esta manera: “Después de ver en televisión cómo las multitudes se han tomado las calles en varios países para expresar su indignación, el turno le llegó a Colombia. Las protestas lejanas se han venido acercando. Luego de los ‘chalecos amarillos’ en Francia y los libertarios en Hong Kong, el estallido social llegó a América Latina. En Ecuador, por las drásticas medidas del Fondo Monetario Internacional, y en Bolivia, por acusaciones de fraude electoral que terminaron con la renuncia de Evo Morales. Pero la movilización social que más impresionó – por lo masiva, agresiva y sostenida – fue la de Chile, hasta ese momento considerado un país modelo, cuyo desenlace ya va en referendo para cambiar la Constitución. Ante ese panorama, muchos colombianos [léase burgueses, NdR] están con los pelos de punta.

El Comité Nacional del Paro, que reúne alrededor de la CUT (Central Unitaria de los Trabajadores) a los diversos sindicatos profesionales, organizaciones estudiantiles, femeninas y otras organizaciones sociales, hizo todo por tranquilizar a los burgueses: la huelga sería limitada a un tiempo definido, y la demanda esencial sería la obertura de negociaciones con las autoridades sobre el paquetazo.

El paro nacional se realizó el jueves 21 de noviembre sin grandes percances ni violencias, a pesar de dejar un saldo de al menos tres muertos y más de 250 heridos, según cifras del Departamento de Defensa. Los organizadores habían anunciado que habrían 3 millones de manifestantes, pero a pesar de que esta cifra no fue alcanzada, las manifestaciones fueron gigantescas; el ministro del interior anunció la cifra de 400.000 participantes en todo el país, cuando en realidad en la sola ciudad de Cali su número superaba la cifra de 450 mil según cálculos de fuentes independientes.

Estas gigantescas manifestaciones en varias ciudades como Medellín, Barranquilla, Cali, Bucaramanga, Cartagena y Bogotá, la capital, la primera que se recuerde en décadas, se realiza tras el llamado de amplios sectores de la sociedad colombiana, siendo entre los más importantes evidentemente los trabajadores de la educación, los obreros, y los campesinos; las organizaciones de campesinos indígenas protestan principalmente por el asesinato de 134 de sus militantes por parte de sicarios contratados por los grandes propietarios, a la llegada al poder de Duque. Cabe destacar que a la convocatoria se sumaron los defensores de los acuerdos de paz suscritos con la ex guerrilla de las FARC. La relativa calma del primer día fue asegurada en parte por las medidas preventivas que el gobierno había tomado: implementó de forma previa una serie de medidas que incluyeron el cierre de los pasos fronterizos de Colombia con Venezuela, Brasil, Ecuador y Perú y el acuartelamiento en máxima alerta de las fuerzas militares, además del allanamiento y detención de algunos dirigentes, periodistas e incluso grupos culturales, los más radicales que llamaban al paro.

Sin embargo, al segundo día, la situación se calentó un poco más y los enfrentamientos con la policía aumentaron y se tornaron más violentos. Los saqueos, barricadas, incendios se multiplicaron en la capital, Bogotá, donde 75 estaciones de metro y 79 autobuses de transporte público fueron afectados y varios supermercados saqueados. Como era de esperarse de un gobierno igual de ultra represivo que los anteriores, Duque decreta el toque de queda à Bogotá (el primero desde los años 70) tras una “ley seca” dictada en la mañana, y saca los militares a la calle. La violencia virtual es acompañada naturalmente con un llamado del presidente colombiano al dialogo.

Pero los manifestantes violaron el toque de queda con nuevas manifestaciones y, por primera vez en Colombia, con cacerolazos. Los dirigentes sindicales que ya habían condenado la violencia de las manifestaciones en Bogotá, se desolidarizan también de estas manifestaciones espontáneas.

Sin embargo la agitación cobra nuevos bríos y la rabia se amplifica, luego del asesinato de un manifestante, obligando al Comité a convocar a un nuevo paro nacional para el 27 de noviembre y tratar de recuperar el control del movimiento.

A pesar de que en Bogotá el ejército y la policía impidieron el cierre de tiendas, la huelga pareció haberse extendido y las manifestaciones aún eran masivas, reuniendo a cientos de miles de personas, una semana después del estallido de los disturbios.

El gobierno ha tratado de responder a esta movilización un poco como Macron en Francia contra los Chalecos Amarillos: anunció la apertura de “conversaciones” durante 4 meses en todo el país donde se suponía que la población se expresaría, a través de funcionarios electos y organizaciones de la sociedad civil: una iniciativa respaldada oficialmente por la administración estadounidense. Los burgueses conocen bien el valor pacificador del opio democrático (en el artículo de Semana citado anteriormente, hablando de las recientes elecciones municipales y regionales, el cotidiano escribió que la democracia activó sus válvulas de escape que, sin duda, ayudarán a moderar la rabia). Pero este anuncio de una “conversación” no puede calmar el descontento de las masas que se movilizaron para obtener la satisfacción de sus demandas básicas.

Por su parte, el Comité Nacional de Paro agregó, entre otras cosas, a su lista de demandas, la disolución de la ESMAD (policía antidisturbios) y la purga de la policía. ¡Como si el Estado colombiano, particularmente represivo y brutal, estuviera tranquilamente dispuesto a suavizar sus métodos para mantener el orden! Sobre todo porque según una declaración de Fonseca, líder de la CUT, el día de la huelga solo tenía como objetivo “reclamarle al Gobierno que negocie el 'paquetazo'”: ¡el objetivo es solo la negociación! En lugar de oponerse a la fuerza contra la fuerza, respondiendo a la obstinación del gobierno mediante el endurecimiento del movimiento, el Comité Nacional de Paro multiplica las declaraciones legalistas y pacifistas para evitar que la huelga sea ilimitada (como lo han hecho los estudiantes de algunas universidades), al mismo tiempo que llamaba al gobierno a la negociación “en un espíritu patriótico y democrático”, anunció un nuevo día de huelga para el 4 de diciembre: táctica clásica del colaboracionismo sindical para romper un movimiento de lucha en pleno auge...

Al igual que en el vecino Chile, donde el aparato sindical convocó a una huelga general el 12 de noviembre, no por la defensa de los intereses proletarios, sino para el objetivo reformista de establecer una nueva constitución a través de una asamblea constituyente, las organizaciones colaboracionistas de Colombia traicionan la lucha de las masas proletarias que pretenden dirigir.

En Colombia como en Chile, como en toda América Latina y en el mundo entero, la crisis del capitalismo empuja a los proletarios a la lucha. Para tener una oportunidad de victoria, primero tendrán que romper con todos los falsos amigos que los desvían de la lucha de clases al proponerles falsas alternativas democráticas. Contra estos partidos y sindicatos, que en realidad son defensores del orden burgués, los proletarios deberán recuperar las armas de la lucha de clase independiente y dotarse de su organización política de clase – el partido comunista revolucionario, internacionalista e internacional. Esto no se puede hacer de la noche a la mañana, pero es la vía que indican objetivamente los enfrentamientos de hoy.

¡Clase contra clase! El capitalismo no se reforma, se le combate, antes de tener la fuerza para poder derribarlo. En esta lucha, los proletarios no tienen nada que perder más que sus cadenas, ¡tienen un mundo que ganar!

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

29 de noviembre de 2019

www.pcint.org

 

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