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Terror en Viena

 

 

2 de noviembre de 2020: la última noche antes del cierre. La gente en la calle, en los bares, en los restaurantes. Alrededor de las 8:00 p.m. hubo un tiroteo. Los primeros informes dicen que los tiradores son algunos hombres, vestidos de blanco y armados con rifles de asalto. En una conferencia de prensa, según “Il Corriere della Sera" de hoy 3 de noviembre, el Ministro del Interior austríaco Karl Nehammer dijo que el tiroteo tuvo lugar en varios lugares de la ciudad, causando hasta ahora 4 muertos y unos 15 heridos. Uno de los asaltantes fue asesinado por la policía, según la cual era simpatizante del Estado Islámico (ISIS), mientras continúa la búsqueda de los demás miembros del grupo. Al final del día, el ISIS reclamó la acción.

Parece que el ataque más fuerte tuvo lugar alrededor de la sinagoga central de Viena, Stadttempel, pero en ese momento la sinagoga y el cercano centro cultural judío estaban cerrados. Por lo tanto, los muertos y heridos no son judíos, sino gente común que casualmente estaba bajo el fuego del kalašhnikof. Esto podría hacer pensar que el ataque no tenía un propósito antisemita, sino el propósito más general de aterrorizar una ciudad aprovechando la noche cuando la gente todavía podía divertirse y tener compañía fuera de sus casas antes del período de cierre del gobierno.

Al igual que en los atentados de Francia del pasado mes de octubre, el gobierno austriaco señaló inmediatamente al culpable ante este tiroteo: el terrorismo islámico que, en este caso, no ataca a través de las personas que han tomado la iniciativa individual de expresar su ira y malestar sino a través de un plan preestablecido y a través de un comando equipado con armas de guerra. Ciertamente, si en realidad el tiroteo hubiera sido obra de un comando terrorista, todo el asunto adquiriría una dimensión diferente, poniendo al gobierno en la condición de poder señalar esta acción como imprevisible, no evitable, pintándola con contornos aún más marcados de brutalidad y abriendo de antemano la justificación a toda una serie de "medidas de seguridad" tanto contra la comunidad musulmana como contra cualquier actividad organizada, política, cultural o sindical que no siga estrictamente los cánones previstos por la ley.... Por ejemplo, una manifestación de protesta no autorizada, una huelga con piquetes y acciones similares, etc.

Este ataque tiene lugar en el momento más difícil para el gobierno austríaco, como para cualquier otro gobierno, que se enfrenta a una pandemia que parecía estar en una fase de declive y que, en cambio, vuelve a ser dramática, poniendo en peligro drásticamente las posibilidades de "recuperación económica" de las que depende todo capitalismo nacional. Se produce en un momento en que las manifestaciones de rechazo hacia las medidas de confinamiento y restricción que los gobiernos están adoptando de nuevo se están generalizando cada vez más en varios países, mientras que pensaban que volverían a hablar de "crecimiento" y se dedicarían a administrar un PIB menos negativo de lo esperado; en un momento en que la crisis económica promete ser mucho más grave de lo que dicen los gobiernos y en que hay todos los indicios de que el desempleo aumentará -y ya ha aumentado- al igual que la precariedad del trabajo y, por tanto, la precariedad de la vida. El riesgo es que el control social, que toda burguesía ha reforzado aprovechando la pandemia del coronavirus, no baste para frenar las posibles explosiones sociales y la eventual reanudación de las luchas proletarias que, aunque aisladas unas de otras, pueden adquirir características de dureza y vigor tales que perjudiquen gravemente a tal o cual sector económico.

Aquí, pues, en todos los países, desde el presidente de la república hasta el último parlamentario del último partido que ha logrado entrar en ese enorme y costoso molino de palabras que es el parlamento, todos juntos llaman a la "unidad nacional" contra el enemigo invisible -el Covid-19- y contra el enemigo visible, el terrorismo islámico. Más "enemigos"... ¡la unidad nacional debe aumentar!

La burguesía dominante juega con el hecho de que el peligro de los ataques terroristas distrae a las masas de las enormes deficiencias en la atención sanitaria que se han encontrado en todos los países; la burguesía dominante juega con el hecho de que las medidas de confinamiento y otras restricciones se mezclan con medidas relacionadas con la seguridad pública, la seguridad nacional; el miedo a ser infectado por el coronavirus se añade al miedo de ser blanco aleatorio de los terroristas armados hasta los dientes...

El hecho de que un ataque como este haya tenido lugar en un país como Austria hoy en día no es sorprendente. Ya en 2018, el canciller Sebastián Kurz había anunciado la "mano dura" contra el "fundamentalismo islámico" y había ordenado el cierre de siete mezquitas y la expulsión de algunos imanes, considerando las mezquitas como "escondites" de terroristas. El pretexto para esta represión no fue, pues, un ataque o un acto terrorista, sino la recreación histórica de la batalla de Galípoli, en 1915 (en el estrecho de Dardanelos), en la que el ejército del Imperio Otomano había derrotado a los ejércitos de Francia y el Reino Unido; esta recreación tuvo lugar en una de las mayores mezquitas de Viena, administrada por la Unión Islámica-Turca de Austria. En esa recreación había jóvenes con uniformes militares que marchaban ondeando banderas, y otros, haciéndose pasar por muertos, se cubrían con telas turcas. Kurz declaró que "Las sociedades paralelas, el Islam político y la radicalización no tienen lugar en nuestra sociedad" (1)  Y la dura posición del Gobierno austriaco hacia los inmigrantes es conocida por todos, compartida con todos los gobiernos europeos del grupo Visegrad (Hungría, Polonia, República Checa, Eslovaquia), y con la derecha como la italiano de Salvini-Meloni-Berlusconi, la francesa del Front National de Marine Le Pen, la griega de Aurora Dorada o la española de Vox.

En Austria, según el Fondo Austríaco de Integración (Öif), hay unos 700.000 inmigrantes legales de fe musulmana, procedentes principalmente de Turquía y los Balcanes, casi el 8% de la población total (2); para los elementos que se adhieren al fundamentalismo islámico puede no ser difícil encontrar apoyo y esconderse. Pero para el gobierno central, el inmigrante es tolerado si se inclina sin protestar ante las condiciones de vida más desfavorecidas y discriminatorias, si es más explotado normalmente que los proletarios autóctonos; pese a ello, siempre, se considera que pertenece a una "raza inferior" en la que normalmente se alojarían la delincuencia, la violencia y el terrorismo.

No es nada nuevo para la burguesía tratar a todos aquellos que manifiestan - incluso sin acciones de comando y sin armas - su propio malestar social y su ira ante las condiciones de vida intolerables, como chusma, escoria de la sociedad. Las contradicciones cada vez más agudas de la sociedad capitalista sacan a la luz inevitablemente toda manifestación violenta de malestar social que choca con un poder económico que hace todo lo posible por defender el beneficio capitalista y un poder político que trata de mantener el control social, sobre todo de las masas de la clase obrera, para que sigan siendo explotadas según las necesidades del capital, sigan soportando, sin rebelarse, el desempleo, el empeoramiento de las condiciones de trabajo y de vida, la inseguridad general de su futuro próximo. Los amortiguadores sociales y el trabajo de todas las fuerzas del oportunismo y el colaboracionismo de clase sirven precisamente a este propósito. Pero la crisis en la que se encuentra el capitalismo cíclicamente va estrechando cada vez más el margen dentro del cual todas estas medidas consiguen mantener un cierto grado de paz social, erosionando al menos algunos de los privilegios y el bienestar en los que el desarrollo capitalista ha arrullado a los estratos de la pequeña burguesía. Es de estos pequeños estratos burgueses, incitados por una situación general que hace vislumbrar su ruina social, que surgen reacciones racistas contra los "diferentes", contra los inmigrantes, sobre todo si son "ilegales". El pequeño terrorismo burgués, confesional o no, canaliza este tipo de reacción, atrae a su fuerza de trabajo atiborrándola ideológicamente de una alta misión que, en el caso del islamismo, consistiría en combatir toda manifestación irrespetuosa contra sus símbolos, ridiculizándolos. Así pues, una caricatura satírica que tenga por objeto un símbolo del Islam, o actos considerados ofensivos para la "libertad de culto" del Islam (como el cierre de mezquitas), se convierten en razones más que suficientes para tramar una venganza que, tarde o temprano, puede encontrar sus medios materiales en lo que el terrorismo islámico llama sus soldados.

En realidad, la historia demuestra que el terrorismo teñido de actos de fe religiosa no es más que un arma más en manos de la preservación social burguesa, proporcionando a ciertos pequeños estratos burgueses arruinados por las crisis del capital una "noble" salida para los actos criminales, y a los representantes del poder político burgués una oportunidad para un control social aún más estricto de lo que ya es, reiterando, además, el concepto de que sólo el Estado tiene derecho a usar la violencia porque tiene la tarea de reprimir cualquier acto que se oponga al orden social establecido...

Los proletarios, en la historia de su movimiento de clase en los países capitalistas industrializados, han tenido que contar en varias ocasiones con el terrorismo, desde el tipo abiertamente anárquico hasta el tipo fascista completamente opuesto. Pero también han tenido que aprender, durante su lucha de clase, que tienen que enfrentarse a otro tipo de terrorismo, mucho más insidioso e insidioso porque está más disfrazado, más cubierto de motivaciones de civilización de las que la democracia es más fructífera que nunca. Piénsese aunque sólo sea en el terrorismo propagado por la pandemia del coronavirus y las reglas del toque de queda: enciérrense en sus casas, no creen grupos, denuncien a los que no llevan la máscara, si no siguen las medidas de las autoridades son culpables de propagar la epidemia, trátense en sus casas y no en la sala de emergencias, etc. Las razones para salvaguardar la salud que todos los gobiernos han propagado persistentemente son razones "nobles", excepto por el hecho de que la prevención y la atención de la salud son herméticas en todos los aspectos, ya que la sanidad pública se está derrumbando sistemáticamente incluso en ausencia de epidemias, en beneficio de la atención de la sanidad privada.

Los proletarios son los que sufren la mayor carga, y las consecuencias más graves, en cualquier situación de crisis económica y social. Porque tienen que ir a trabajar en condiciones de riesgo para su propia salud ya en tiempos "normales" (las masacres en el trabajo lo demuestran cada año) y tienen que hacerlo (en las producciones esenciales para la vida de todos, de hecho esenciales para la vida del capital) durante la epidemia cuando el riesgo es aún mayor. Sufren directamente las consecuencias de la crisis, con el desempleo, la inseguridad laboral cuando la encuentran, con salarios que no son suficientes para alimentar a sus familias. Y tienen que pagar un precio cada vez más alto, en términos de esfuerzo físico y nervioso y en términos de enfermedades, porque el capital exige una productividad cada vez mayor y, por lo tanto, una competitividad cada vez mayor de sus bienes. Las mandíbulas de las que el trabajador es prisionero son la obligación de trabajar como asalariado y la obligación de aumentar cada vez más su productividad, porque el capital sólo se valora de esta manera y es su ley la que domina la vida de todos.

En la primera ola de la pandemia, esta primavera, los proletarios alzaron sus voces: ¡No somos carne de cañón!, amenazando con huelgas y exigiendo que se higienicen los lugares de trabajo. Se sentían indispensables porque la actividad a la que estaban llamados era "esencial" para la vida cotidiana de todos. Pero también se sintieron en parte víctimas de un sacrificio general, porque la crisis había golpeado, y seguía golpeando, a los trabajadores de las pequeñas y medianas empresas, en la industria, la agricultura, los servicios, que cerraron o redujeron a la mitad sus negocios. Sin embargo, también tuvieron que sentir la extrema debilidad que su clase manifiesta hoy en día en la sociedad debido a una política sindical que en lugar de unificar sus fuerzas y luchar por reivindicaciones que afectan a todas las categorías, todos los sectores, todos los trabajadores, sin importar si son jóvenes o viejos, hombres o mujeres, indígena o inmigrante, los ha dividido constantemente, los ha aislado, los ha enfrentado entre sí, lo que ha tenido un efecto negativo en su capacidad de resistencia y lucha a través de otra forma de terrorismo, la de perder sus empleos, lo que significa pérdida de salarios y, por lo tanto, miseria y hambre.

El terrorismo, por lo tanto, no tiene únicamente la versión islámica. El terrorismo económico es un arma que los capitalistas y, en su nombre, los gobiernos burgueses y los políticos, utilizan sistemáticamente, en las fábricas y en la vida social, a diario. Este terrorismo es decididamente de clase porque lo ejerce la clase burguesa dominante y todos sus cómplices bajo una apariencia de "clase obrera", que hacen alarde de la colaboración entre clases como el non plus ultra de las recetas para una "justicia social" que, en realidad, mientras exista el capitalismo, nunca existirá.

La unidad nacional a la que apela el poder político burgués no es más que un objetivo exclusivamente burgués porque favorece exclusivamente al capitalismo: a través de ella la burguesía somete al proletariado a los intereses exclusivos de los capitalistas y de su sociedad. A la unidad nacional, que debe defender un "bien común", pero que en realidad sólo es bueno para el capital, el proletariado debe oponer su propia unidad de clase, la unión de las fuerzas proletarias que luchan contra los intereses de los capitalistas.

Si la unidad nacional invocada por la clase burguesa tiene sentido, para ella, en cada coyuntura, incluso en medio de una epidemia de coronavirus y en un período de grave crisis económica, tiene aún más sentido, para el proletariado, avanzar hacia la unidad de clase, hacia la solidaridad de clase, porque sólo ésta es capaz de fortalecer la capacidad de resistir a los ataques del capital y la capacidad de reaccionar a esos ataques luchando por reivindicaciones que conciernen exclusivamente a los intereses proletarios. Con la unidad nacional la burguesía trata de ocultar el antagonismo de clase que se le opone al proletariado, mientras que lo utiliza en todas sus formas contra el proletariado. Con la unidad de clase, el proletariado se muestra como una fuerza social que expresa no sólo sus propios intereses, sino sus propios objetivos tanto en lo inmediato como en el futuro.

Los actos de terrorismo que se han producido en Francia, en Austria y que se producen en una gran parte del mundo y no siempre con motivos religiosos, son también una prueba de que el capitalismo se ve cada vez más sacudido por las luchas internas entre las facciones burguesas que tratan de apoderarse de parte de la riqueza producida por el trabajo asalariado, por el proletariado.

Contra todas estas formas de terrorismo que, en todo caso, golpean los intereses proletarios porque sólo defienden los intereses burgueses, los proletarios tienen un camino a seguir: luchar sobre el terreno de los antagonismos de clase, dirigir sus esfuerzos a organizarse independientemente de los intereses y aparatos de preservación burguesa, unirse mediante plataformas de lucha por reivindicaciones exclusivamente proletarias. Es un camino difícil y desconocido para muchos proletarios porque son demasiado jóvenes y no han podido contar con el ejemplo de los proletarios más viejos, pero es el único en el que los proletarios pueden reconocerse efectivamente como miembros de una clase que no debe ser condenada a la perenne explotación, a la incertidumbre de la vida, a la miseria y a la muerte, pero que es capaz de poner patas arriba la sociedad capitalista, poniendo el trabajo social no al servicio de los capitalistas, ni del mercado, sino de la sociedad.

 


 

(1) Véase www.ilgiornale.it/news/world/laustry-fa-war-allislam-moschee-closed-expelled-imam-1538075.html

(2) Véase https://diblas-udine.blogautore.repubblica.it/2017/05/12/in-rapida-crescita-in-austria-la-popolazione-di-fede-musulmana/ 

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

3 de noviembre de 2020

www.pcint.org

 

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