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Prises de position - Prese di posizione - Toma de posición - Statements                


 

Italia:

Protestas en muchas ciudades contra el llamado "pase verde", al grito de "libertad, libertad", "¡no a la dictadura sanitaria! ¿Pero qué "libertad"?

 

 

El sábado 24 de julio, en Roma, Milán, Génova, Turín, Nápoles, Bolonia, Florencia, Verona, pero también en Aosta, Verona, San Remo y decenas de otras ciudades, hubo manifestaciones contra lo obligación de vacunarse contra la Covid-19, el certificado de vacunación (o test negativo) -el llamado pase verde- con el que se tendrá libre acceso a partir del 6 de agosto junto a restaurantes, bares, teatros, estadios, en fin, todos aquellos lugares donde es normal que se reúna gente en el interior, y por supuesto en los viajes en tren, avión, barco, etc. Tras las grandes manifestaciones contra el pase verde en Francia -con más de 160.000 manifestantes en las distintas ciudades (1)- también en Italia se movilizó este sábado una masa heterogénea de 80.000 personas "antipase verde", que continuaron también en los días siguientes. Los periódicos y los reportajes de radio y televisión han destacado que una mezcla diversa de "No-Vax", estudiantes, antirracistas, gente asustada en la que se han colado grupos de extrema derecha -desde Forza Nuova hasta Casa Pound- llenaron las plazas italianas protestando contra la vacunación obligatoria.

Que el pase verde, tal y como lo ha ideado el gobierno de Draghi, es un disfraz de la obligación de vacunar según las directrices que el propio gobierno ha dado (a pesar de haber afirmado desde el principio que esta vacunación no era obligatoria) y representa una gigantesca broma es ya evidente. El gobierno, el Presidente de la República, los parlamentarios, los movimientos políticos en general, todos se remiten a la Constitución: unos declarando que las medidas adoptadas, desde el encierro hasta el toque de queda, desde las mascarillas hasta el pase verde, etc., son totalmente coherentes con la carta constitucional, mientras que otros, en nombre de la libertad individual, declaran que no se puede imponer una asistencia sanitaria si la persona a la que se quiere imponer no está de acuerdo, y mucho menos una vacunación... Lo bueno de la democracia burguesa es que siempre deja los textos de las leyes abiertos a la interpretación, en función de los intereses partidistas. No hace falta decir que, 99,9 veces de cada 100, los intereses más fuertes (económicos, financieros, políticos, privados o públicos) ganan fácilmente.

En el caso de la actual pandemia, Sars-Cov2, cuyas cifras oficiales de la OMS hablan, un año y medio después de su primera aparición, de 190.770.507 casos confirmados en todo el mundo y 4.095.924 muertes, el panorama general que se presenta se ha asemejado a una guerra en la que el enemigo -invisible- es, precisamente, el coronavirus Sars-Cov2. Por lo tanto, en cierto sentido, las medidas que toman los gobiernos son casi medidas "de guerra"; y deberíamos agradecer a los gobiernos democráticos si, a diferencia de los gobiernos autoritarios -como por ejemplo en China-, en Europa o América la gente sigue siendo "libre" de manifestar su oposición en las calles...

En esta "guerra" -el coronavirus contra la población mundial- los 190 millones y más de infectados serían los heridos, y los más de 4 millones de muertos, los muertos; en esta guerra, el agresor -el coronavirus- ha prevalecido hasta ahora sobre la población humana porque atacó de forma repentina, porque su contagio y letalidad eran desconocidos y porque los Estados fueron tomados por sorpresa. En el curso de esta guerra, y ante un número cada vez mayor de muertos y heridos en todos los países del mundo, la ciencia de la burguesía, con todos sus virólogos, infectólogos, epidemiólogos, etc., apoyados por gigantescas estructuras químico-farmacéuticas multinacionales, salió a la palestra para lanzar la palabra urbi et orbi: ¡el arma que vencerá a Covid-19 será la vacuna!

En el pasado, ante las epidemias o pandemias, como el Mers, el SARS, el VIH, el Ébola, etc., se necesitaron años y años de investigación y pruebas para dar con vacunas que fueran eficaces no tanto para derrotar de una vez por todas las enfermedades víricas más graves -en las que se cruzan los factores naturales que las provocan con la intervención del hombre en el medio natural, y esta combinación no puede resolverse con una "poción mágica"- como para reconocer sus elementos esenciales para poder identificarlas y tratarlas a sabiendas de que seguiría habiendo muertos y heridos. Esta vez, las grandes farmacéuticas han preparado las vacunas en unos pocos meses. Como si ya supieran a qué se enfrentan. De hecho, es evidente que se han llevado a cabo una serie de investigaciones y pruebas sobre la base del SARS de 2003, hasta el punto de que en conferencias internacionales la Fundación Bill y Melinda Gates (especializada en la investigación para producir vacunas) fue capaz de simular una próxima pandemia de SARS con extrema precisión.

El enemigo invisible, el Sars-CoV2, apareció efectivamente, pero en un momento en que la economía mundial acababa de salir de una profunda crisis económica que duró, al menos para algunos países, desde 2008 hasta 2012-2014, y de la que los países más industrializados se esforzaban por recuperarse, salvo a costa de un endeudamiento cada vez mayor y de un aumento de las tensiones interimperialistas, no sólo en relación con China, cada vez más agresiva en el mercado internacional, sino también dentro de zonas de mercado decisivas como Europa, América del Norte y el Sudeste Asiático. Las crisis económicas del capitalismo desde principios del siglo XX se caracterizan todas por la sobreproducción, que puede afectar a un gran país, a varios países o al mundo entero. Y en las crisis de sobreproducción, el principal problema, desde el punto de vista económico, es liberar los mercados de las enormes cantidades de mercancías no vendidas y, desde el punto de vista político, es aprovechar la mayor debilidad de los competidores para someterlos y conquistar sus mercados. La guerra es un instrumento capitalista eficaz para destruir inmensas cantidades de mercancías sobreproducidas -y de excedentes de mano de obra asalariada-, abriendo así la posibilidad de que el capital más fuerte y sólido renueve los ciclos de producción y, por tanto, de explotación y ganancia. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial no ha habido un año de verdadera paz en ningún lugar del mundo. El capital ama la paz siempre que promueva los beneficios, pero la competencia entre empresas y entre Estados es tal que si hay paz en algunos países o en determinadas zonas geopolíticas, en otros países y en otras zonas hay guerra en la que todos los grandes países imperialistas están interesados directa o indirectamente.

¿Qué tiene que ver la pandemia con todo esto?

Tiene que ver, porque su advenimiento ha tenido un desarrollo -de hecho, deliberado- que ha beneficiado a los grandes países imperialistas, por un lado, en términos de beneficios, con las grandes farmacéuticas y todas las industrias relacionadas haciendo todo lo posible, y por otro lado, en el plano social, porque ha dado a todos los gobiernos burgueses la oportunidad de aprovechar una crisis sanitaria que se ha extendido por todo el mundo para recalibrar sus medios legislativos, políticos y administrativos con el fin de aumentar el control social sobre el proletariado. No olvidemos que los beneficios capitalistas surgen de la explotación del trabajo asalariado -y la clase burguesa también lo sabe-, por lo que el proletariado es la clase de la que la burguesía dominante puede esperar, tarde o temprano, un levantamiento que ponga realmente en peligro su dominación, su poder.

La burguesía de todos los países se prepara constantemente para hacer frente a las consecuencias de las crisis económicas de su propio modo de producción; sabe perfectamente que tarde o temprano la competencia en los mercados la pondrá en serias dificultades, por lo que se esfuerza en desarrollar políticas y medios que le permitan combatir la competencia de la mejor manera posible. Pero también es lo suficientemente inteligente, dada su experiencia de siglos como clase dominante, como para no olvidar que su verdadero enemigo interno es el proletariado, la clase que produce bienes y valora su capital. Por lo tanto, debe combatirla, pero también tratar de convertirla en su aliada, debe chantajearla, saquearla, explotarla al máximo, pero también tratar de dividirla en estratos diferenciados, y privilegiar a algunos de ellos para que el proletariado luche entre sí en lugar de luchar, uniéndose en terreno de clase, contra el verdadero enemigo de clase, es decir, la burguesía.

La burguesía tiene que defender sus intereses de clase y de poder a todos los niveles, dentro y fuera de su país; pero para ser más fuerte frente a la competencia exterior necesita unir a las clases dentro de su propio país, necesita la unidad nacional, la cohesión nacional, y trata de conseguirlo, por supuesto, al menor precio posible. Y para este objetivo no puede dejar de involucrar a los estratos de la pequeña burguesía, fácilmente llevados a movilizarse enarbolando la bandera de la democracia -que la gran burguesía no tiene escrúpulos en pisotear cada vez que sus intereses básicos están en peligro- y dejar que ventilen su sagrada "libertad individual" en las calles y plazas, esa libertad para hacer negocios, para explotar el trabajo asalariado y preferentemente fuera de los libros, esa libertad para expresar el racismo o la rabia de perder un negocio por el cierre o simplemente por un competidor más inteligente.

Sobre la base de la división del proletariado en estratos diferenciados, la burguesía ha favorecido y apoyado la formación de organizaciones proletarias oportunistas y colaboracionistas a nivel sindical, económico y político. Y esto ha beneficiado ciertamente a la conservación social, y por tanto al poder burgués. Pero todo esto no es suficiente para asegurar a la burguesía que el proletariado no se levantará contra ella en el futuro, no se organizará como una clase distinta con sus propios objetivos políticos, no se reconocerá como la única clase que produce materialmente la riqueza del país pero que no disfruta ni siquiera de una migaja de ella, y como la única clase capaz de luchar por una perspectiva histórica que supere completamente la sociedad dividida en clases, la sociedad que vive de la explotación del hombre sobre el hombre, la sociedad que ha transformado todos los productos, la tierra, el mar y el propio hombre en mercancías.

Así que es muy conveniente, cuando el proletariado aún no ha despertado del largo sueño en el que ha caído y en el que ha perdido la fe en su fuerza social, en su fuerza de clase, darle una nueva paliza en términos de condiciones sociales aún más perturbadoras, aún más aislantes, aún más humillantes.

Basta con ver las medidas de encierro, toque de queda, aislamiento, vacunación obligatoria tomadas a lo largo de este año y medio de Covid-19, desde el punto de vista de la vida cotidiana proletaria para comprender que la verdadera intención de la burguesía y su Estado no es "proteger la salud de sus ciudadanos", sino evitar que el aumento de los contagios provoque "enormes efectos en los procesos de trabajo en las empresas", como ha declarado el jefe de la Cancillería alemana Helge Braun (2), repitiendo la cantinela que todos repiten, desde Draghi a Macron, desde Biden a Boris Johnson.    

Pero, más allá de las reacciones políticas contrapuestas entre Estado y Estado, en cuanto a las medidas adoptadas para contener la propagación del virus y el inicio de la investigación científica y farmacológica para encontrar las "armas" más adecuadas para combatir el Covid-19, y más allá de los intereses totalmente contrapuestos entre Estado y Estado, y entre las mismas Big Pharma implicadas en la investigación y producción de vacunas, el denominador común que ha unido y une a los gobiernos de todo el mundo es la primacía absoluta de los intereses económicos de cada economía nacional y, por tanto, de cada Estado. Intereses económicos que responden a un mismo modo de producción, el capitalismo, cuyas leyes objetivas han trascendido siempre todas las fronteras nacionales, y sobre el que ningún Estado, ni siquiera el más fuerte, ni ninguna multinacional, ni siquiera la expresión de una hipotética unificación de todos en una única superorganización imperialista, tienen el poder de cambiar de arriba abajo. La ley del beneficio capitalista, y por tanto de la explotación del trabajo asalariado, con todas las contradicciones y tensiones sociales que ello conlleva, reina como Júpiter en el Olimpo burgués mundial, y todos los capitalistas y todos los gobernantes y sus adláteres están sometidos a esa ley, les guste o no.

Pues bien, para protestar contra una de las muchas imposiciones que los gobiernos burgueses implementan en defensa del "bien del país", del "bien de la economía" y, en el caso de la pandemia de Covid-19, para "volver a la normalidad", en la práctica para "vivir" como antes, es decir, para hacer negocios como antes, para explotar como antes, y tal vez aún más, para disfrutar de su dinero y propiedades como antes - invocar una "libertad" individual que sólo está escrita en un papel - "constitucional", como se quiera - es una ilusión y un enorme desperdicio de energía. Ilusión porque la "libertad" individual, que la burguesía defiende y difunde en todos los países, es un pilar de su ideología y de su política, sólo que la aplica exclusivamente en beneficio de la propiedad privada, de las relaciones burguesas de producción y propiedad y, por tanto, en general, de los intereses de la clase burguesa en su conjunto y, en particular, de la gran burguesía. Por lo tanto, manifestarse a favor de la "libertad" individual mientras se sostiene todo el sistema económico-político burgués -por lo tanto, en una palabra, el capitalismo- es como moverse en un enorme cuenco controlado por los mismos poderes contra los que se protesta. La libertad de manifestarse de esta manera es más que reconocida, ya que hace el juego al poder burgués, porque da rienda suelta a las tensiones que este mismo sistema económico-político genera. Básicamente nada cambia con respecto a las relaciones normales de poder entre la gran burguesía y las múltiples capas de la pequeña burguesía que, en tiempos de crisis económica (no importa si es causada por una pandemia o una guerra, un colapso económico debido a la sobreproducción o la especulación bancaria y financiera), inexorablemente van a la ruina.

Otra cosa es manifestarse, y luchar, contra el autoritarismo burgués con los medios y métodos de clase que los proletarios pueden desplegar cada vez que son despedidos a causa de la reestructuración de las empresas, la introducción de nuevas tecnologías para sustituir a un determinado número de trabajadores, o el cierre de fábricas porque no son suficientemente "rentables"; y cuando luchan por unas condiciones de trabajo menos bestiales, menos dañinas y que pongan en peligro la vida de los trabajadores, que luchan por unos salarios más altos y que, al participar en formas de lucha que al menos buscan socavar los beneficios capitalistas generados por su trabajo, se ven sometidos al chantaje de los empresarios y a la represión policial. Esa "libertad" para manifestarse, para luchar por los propios intereses, es tolerada por el poder burgués a condición de que no ponga en peligro los beneficios de las empresas, a condición de que no dé ejemplo a otros proletarios, a otras luchas, a condición de que se mantenga dentro de los límites en los que los poderes burgueses consiguen controlarlos, y desde hace más de un siglo los sindicatos y las organizaciones políticas del colaboracionismo interclasista se encargan de ello.

En la lucha de la clase proletaria, desde el terreno inmediato de la defensa de los intereses económicos básicos, la libertad "individual" -la libertad de protestar, de manifestarse, de hacer huelga, de organizarse, de reunirse, de expresar objetivos aún más elevados que los intereses inmediatos y los objetivos políticos más generales- se ha conquistado a través de luchas extremadamente duras, Estas luchas han tenido lugar durante más de un siglo y medio y se repiten objetivamente cada vez que la burguesía ejerce una mayor presión sobre sus condiciones de vida y de trabajo. Esto demuestra que la libertad individual de cada proletario depende estrechamente del movimiento colectivo. Pero también muestra por qué la acción del oportunismo colaboracionista pretende aislar a los proletarios que están preparados, y tal vez organizados, para luchar con medios y métodos de clase: el colaboracionismo sabe que para doblegar a los proletarios a las exigencias empresariales o estatales del capitalismo debe aislar a todos aquellos elementos que, por el contrario, expresan una sana reacción de clase a las imposiciones empresariales o estatales.

En el caso concreto de las vacunas, y luego el certificado de vacunación se produjo, el gobierno ha acordado con la Confindustria no sólo la posibilidad - en las empresas equipadas internamente con una enfermería - de vacunar a sus empleados dentro de las mismas empresas, sino también de poder de suspender o despedir a los empleados que se niegan a vacunarse. Como ya ha sucedido con el personal sanitario, como demostró el Tribunal de Módena en el caso de dos fisioterapeutas de una RSA contratados por una cooperativa de Módena que fueron suspendidos sin sueldo por negarse a vacunarse (cuando aún no había entrado en vigor la Ley 44/2021 que imponía la obligación de vacunar al personal sanitario). La presidenta del Tribunal de Módena, Emilia Salvatore, dictó el auto nº 2467, el 23 de julio, con este motivo: "existe la obligación por parte del empresario de adoptar todas aquellas medidas de prevención y protección que sean necesarias para proteger la integridad física de los trabajadores", como si dijera, hecha la ley, encontrada la forma de evitarla incluso por un presidente del tribunal. En cuanto a las medidas de prevención y protección necesarias para proteger la integridad física de los trabajadores, ¿cómo es posible que cada día se produzcan al menos dos muertes y cientos de lesiones en el trabajo, y casi nunca esté implicado un "empresario"? Y, con toda probabilidad, lo mismo ocurrirá en septiembre u octubre en las escuelas y en toda la administración pública.

Independientemente del efecto beneficioso o no de la vacunación con las vacunas que son aceptadas por la OMS y los institutos nacionales de salud, el hecho es que nunca se sabe cuántos de los vacunados han tenido consecuencias negativas. Después de los casos de los vacunados con Astra-Zeneca, pero también con Pfizer y Moderna, que, en lugar de recuperarse, murieron, no se supo nada más. Obviamente. El poder necesita completar la operación de vacunación antes de septiembre/octubre para que la máquina de producción vuelva a funcionar a pleno rendimiento; y por eso las noticias que se difunden oficialmente hablan de "inmunizados" aunque es totalmente falso, ya que también se refieren a los que han hecho sólo la primera dosis y, en cualquier caso, ahora se establece que la protección de la vacuna (en este caso Pfizer y Moderna) en la administración de la primera dosis se declara durante no más de 6 meses, y 9 meses después de la segunda dosis. Lo que significa, si los científicos tienen razón al afirmar que la circulación del coronavirus Sars-Cov2, gracias a sus modificaciones (Delta es actualmente la más popular), continuará durante algunos años, que la exigencia de vacunación se prolongará durante años, hasta la aparición de un nuevo virus -del tipo coronavirus o de otro tipo- al que se hará frente, con toda probabilidad, de forma muy similar a Covid-19.

Al chantaje del puesto de trabajo, a la competencia con los proletarios que, por razones de pura supervivencia, venden su fuerza de trabajo a menor coste, y a las condiciones laborales cada vez más onerosas, se suma el miedo a perder el empleo y el salario por el mero hecho de ejercer un derecho consagrado en la ley burguesa, la misma que convierte ese derecho en un delito.

La burguesía quiere que el proletariado agache no sólo la espalda sino también la cabeza. Luchar con las armas inocuas de una democracia que sólo es imaginación y con artículos lgales que chocan con otros artículos de ley que pretenden exactamente lo contrario, no es una lucha, es un desperdicio de energía, es un esfuerzo que no trae ningún resultado real.

La respuesta al autoritarismo burgués, hoy en la obligación de vacunar, mañana en la obligación de no hablar, no escribir, no pensar (que en muchos países esto ya está en marcha), no puede darse en el terreno más favorable a la burguesía, es decir, el terreno de la democracia formal, de las ilusiones de tener derechos reconocidos sólo porque están escritos en un papel, sino en el terreno de la fuerza, en el terreno de la lucha de clases proletaria, que se basa en objetivos y organizaciones exclusivamente proletarias, y por tanto no puede ser compartida ni con la patronal, ni con el Estado, ni con las capas de la pequeña burguesía.

Las medidas adoptadas por los gobiernos burgueses no son una "dictadura sanitaria"; la clase burguesa dominante ejerce su dictadura de clase en todos los ámbitos, en todas las esferas laborales, sociales, culturales, científicas, de ocio, incluso en la familia y la religión. Es contra esta dictadura de clase que impone a toda la humanidad, y al proletariado en particular, un modo de vida que convierte al hombre en esclavo de la ganancia capitalista, en esclavo del mercado, en esclavo del trabajo asalariado, en esclavo de los prejuicios e ilusiones que lo vuelven ciego e impotente.

La salida está en la lucha de clases del proletariado, que pasa inevitablemente por el derrocamiento del poder burgués, por la destrucción del Estado burgués y, por tanto, del poder dictatorial de la clase burguesa, y por la instauración de la dictadura de clase del proletariado, porque sólo así será posible derrotar de una vez por todas a una sociedad que, para salvar los intereses de una minoría burguesa, condena a cientos de millones de seres humanos a la esclavitud, el hambre, la miseria y la muerte.

 


 

(1) Véase nuestro documento de posición: Francia: Manifestaciones contra el "pase sanitario". La lucha contra el autoritarismo burgués sólo puede llevarse a cabo desde posiciones de clase proletarias.

(2) Ver il fatto quotidiano, 25/7/2021

 

 

Partido Comunista Internacional (El Proletario)

29 de julio de 2020

www.pcint.org

 

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