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Prises
de position - |
Han enterrado el Primero de Mayo en el pantano de la colaboración de clases.
Solo podrá renacer y volver a ser un día exclusivamente proletario con la reanudación de la lucha de clases.
El Primero de Mayo como día en que el proletariado celebraba su lucha por las ocho horas nació en Estados Unidos, en una época en que las oleadas de emigración procedentes de Europa, sobre todo de Alemania, Bohemia, Italia, Grecia y los países del este, llenaban las ciudades industriales de Estados Unidos, entre las que destacaba Chicago.
Chicago, en los años ochenta y noventa del siglo XIX, era conocida como la «matadero del mundo» (porque allí se producía la mayor cantidad de carne de cerdo del mundo) y también como el «granero de América», gracias a las infinitas praderas del Medio Oeste que se extendían a los límites de su núcleo urbano. Estos récords se debían a la enorme masa de trabajadores asalariados emigrados de Europa que eran explotados con jornadas laborales de 12 a 16 horas al día, sin ninguna seguridad y en condiciones laborales al límite de la supervivencia. Contra esta superexplotación, y basándose en las experiencias de lucha ya vividas en los países europeos (en 1830 en Francia, en 1848, que sacudió la mayor parte de las capitales europeas, y en 1871 con la Comuna de París), comenzaron los primeros movimientos de huelga y se organizaron los primeros sindicatos obreros en América.
La reducción drástica de la jornada laboral a 8 horas y el aumento del salario fueron las dos reivindicaciones principales por las que se unieron los obreros y por las que lucharon con tenacidad y sin temor a la represión de los grandes capitalistas y de la burguesía dominante. En 1884, la Federación de Sindicatos y Uniones Laborales Organizadas dio a la lucha proletaria un objetivo histórico: a partir del 1 de mayo de 1886, los obreros trabajarían solo 8 horas al día, por el mismo salario que recibían por las 12-16 horas diarias, y si los patronos no aceptaban este horario diario se declararían en huelga y organizarían piquetes hasta que se aceptara esta reivindicación.
A medida que se acercaba esa fecha, el clima en Chicago comenzó a tornarse muy tenso: por un lado, los proletarios y los sindicatos propagaban la lucha y se organizaban para llevar a cabo lo proclamado dos años antes, mientras que los patrones de las fábricas, la administración municipal y la policía, por su parte, endurecían el clima de tensión tratando de intimidar a los proletarios por todos los medios. Ya en febrero de 1886, los trabajadores de una de las empresas más poderosas de la ciudad, la fábrica de cosechadoras McCormick, comenzaron a hacer huelga. McCormick respondió con el cierre patronal y la organización de los crumiri (los rompehuelgas) para que entraran a escondidas en la fábrica. Era obvio el intento de romper la unión de los trabajadores en huelga. Así se llegó al 1 de mayo, cuando una masa de entre 30 000 y 40 000 trabajadores de Chicago salió a las calles en huelga para reclamar la jornada laboral de ocho horas, mientras frente a la McCormick continuaban los piquetes; dentro de la fábrica, los esquiroles que habían logrado entrar seguían trabajando protegidos por cientos de policías. Las protestas y manifestaciones duraron tres días. Los enfrentamientos entre los huelguistas y los esquiroles que intentaban entrar en la fábrica fueron inevitables; la policía intervino disparando y matando a varios huelguistas. La reacción de los trabajadores no se hizo esperar; una asociación anarquista organizó una protesta pacífica en la plaza Haymarket, en el centro de una importante zona comercial de Chicago. Pero la policía se desató cargando contra los manifestantes para disolver la concentración; alguien lanzó una bomba contra los policías, matando a siete e hiriendo a unos sesenta. La policía respondió disparando y matando a otros tres manifestantes. Así comenzó una represalia sistemática contra los anarquistas, aunque nunca se encontró al responsable del lanzamiento de la bomba (y no se descarta que fuera alguien a sueldo de McCormick o de la policía...).
A pesar de que no había pruebas que indicaran que los responsables fueran los anarquistas, ocho de ellos, muchos de los cuales ni siquiera estaban presentes en la manifestación, fueron acusados de conspiración y asesinato: se les impusieron condenas a muerte, dos obtuvieron cadena perpetua, uno quince años de prisión y otro murió «misteriosamente» en prisión y los demás fueron ahorcados.
En 1889, en el congreso socialista de la Segunda Internacional celebrado en París, el 1 de mayo, en honor a los proletarios de Chicago y a su lucha, se declaró el día internacional del proletariado en lucha, día que se extendió rápidamente por Europa y otros países como México, Cuba y China. Pero la masacre de Haymarket, las condenas a muerte de los anarquistas que no eran culpables de esa bomba y el recuerdo de la extrema combatividad que manifestaron los proletarios de Chicago para conseguir las ocho horas diarias de trabajo era un peso demasiado grande de soportar para la burguesía estadounidense, pero también era un peligro porque la celebración del 1 de mayo podía hacer renacer en los proletarios estadounidenses el recuerdo de aquellas luchas, renovando una tradición contra la que toda la burguesía siempre ha luchado. De hecho, en Estados Unidos, el día que conmemoraba la dura lucha de los trabajadores se trasladó al primer lunes de septiembre (por lo que nunca es el mismo día), mientras que en Europa y en muchos otros países, el Primero de Mayo se transformó en un día festivo denominado Día del Trabajo, y a esta transformación en un día pacífico aceptado por todos los patronos y por todos los Estados contribuyó de manera sustancial la labor oportunista de los sindicatos y de los partidos, entregados a la paz social, a la colaboración de clases, a la sumisión permanente del proletariado a las exigencias de vida del capital.
El fuerte impulso a la industrialización de los Estados Unidos de América creó en gran parte del país una clase obrera numerosa y concentrada que, objetivamente, podía representar un gran peligro para el dominio burgués, como por otra parte ocurría en Europa, sobre todo en Inglaterra, Francia y Alemania, donde el comunismo revolucionario, desde la aparición del Manifiesto de Marx y Engels, tuvo una gran resonancia entre las masas obreras, y sobre cuyas bases ideológicas y programáticas se habían organizado los partidos obreros y su Asociación Internacional. Que la clase obrera estadounidense era decididamente combativa lo demuestra el hecho de que siguió luchando por aumentos salariales y por la reducción de la jornada laboral a ocho horas durante al menos treinta años, hasta las puertas de la primera guerra imperialista mundial. Famosa fue la huelga de la Pullman Company de Chicago, fábrica de vagones y material ferroviario, desencadenada en la primavera de 1894 contra los despidos y la reducción de salarios tras la crisis económica del año anterior; una huelga que dio inicio a un boicot ferroviario nacional que duró desde el 11 de mayo hasta el 20 de julio de 1894, en el que participaron no menos de 250 000 trabajadores de 27 estados y que interrumpió gran parte del tráfico de mercancías y pasajeros. Naturalmente, estas acciones de lucha tan decididas se enfrentaron no solo a Pullman, sino también al Gobierno federal, que envió al ejército para romper las huelgas y el boicot, con el apoyo de la Federación Americana del Trabajo (AFL, el principal sindicato de EE. UU., de tendencia colaboracionista) y detuvo y juzgó a los sindicalistas de la ARU que la habían proclamado y dirigido (la American Railway Union, liderada por el socialista Debs). La violencia de las fuerzas del orden provocó treinta muertos solo en Chicago, mientras que, según una investigación del historiador David Ray Papke, se contabilizaron otros cuarenta muertos en los enfrentamientos en otras ciudades.
La historia de las luchas proletarias en Estados Unidos está llena de episodios de este tipo, desde los Molly Maguires hasta los IWW, con los mineros siempre en primer plano, en particular los de origen irlandés y alemán. Pero, junto con los proletarios inmigrantes europeos, con sus experiencias de lucha y organización, también emigraron a América los capitalistas y políticos europeos, con sus experiencias de represión de las luchas obreras y con un considerable bagaje de políticas oportunistas que utilizar, junto con la violencia de la represión, para influir y desviar a las organizaciones obreras y a los movimientos políticos obreros del terreno de la lucha frontal contra la burguesía al terreno de la colaboración de clases a través de la clásica corrupción de las cúpulas sindicales y políticas.
Estas breves referencias al pasado de las luchas obreras en América, que dieron origen al Primero de Mayo proletario, no sirven para celebrar el recuerdo de un pasado glorioso, que no volverá gracias al desarrollo de un capitalismo cada vez más rico y poderoso, no solo en Europa y América del Norte, sino también en el resto del mundo: sirven para no olvidar que las luchas entre las clases no forman parte de una historia ya pasada, sino de una realidad que el propio capitalismo regenera continuamente a través de sus contradicciones económicas y sociales cada vez más agudas y de alcance cada vez más internacional.
ALIMENTAR LA COMPETENCIA ENTRE PROLETARIOS: OBJETIVO FUNDAMENTAL DE TODA BURGUESÍA
Mientras que las burguesías se han enriquecido de manera inconmensurable gracias a su sistema mundial de explotación del trabajo asalariado, y aunque en muchos países con economías capitalistas avanzadas han alcanzado un nivel de vida sin duda más alto que el de hace un siglo o dos, los proletarios no solo se mantienen en condiciones de dependencia absoluta del capital, por lo que deben su vida a la burguesía capitalista, sino que están sujetos a una brecha y a desigualdades sociales entre las clases que han aumentado progresivamente, alcanzando niveles de inseguridad de la vida nunca antes vistos. Y así, a pesar de que en los países capitalistas avanzados, como en los atrasados, los impulsos de lucha por parte de los proletarios nunca se han apagado, transformándose en determinados momentos en verdaderas revueltas sociales, el proletariado ha sido precipitado, gracias a la contribución esencial de las fuerzas oportunistas, cada vez más hacia la impotencia, incluso para defender sus condiciones de vida y de trabajo inmediatas.
Ciertamente, desde el final de la segunda guerra imperialista mundial, los proletarios de los países capitalistas avanzados pueden contar con políticas sociales que las burguesías dominantes han llenado de amortiguadores sociales. Estas políticas sociales han sido conseguidas por los trabajadores gracias a las luchas, revueltas y revoluciones proletarias de los cien años anteriores al fatídico 1939, pero también a la inteligencia política de las burguesías dominantes, que han podido y querido utilizar una pequeña parte de la enorme masa de beneficios obtenidos de la explotación bestial de sus propios proletarios y de los proletarios de las colonias y de los países atrasados para destinarla a los amortiguadores sociales con los que financiar la corrupción sindical, política y social dentro de sus propias masas asalariadas. Es evidente el objetivo de acallar las necesidades más apremiantes del proletariado en el plano económico, pero también el de alimentar la competencia entre proletarios creando dentro de su masa nacional una capa mejor pagada y más «garantizada» (la famosa aristocracia obrera), vinculándola cada vez más a la defensa de la economía y la sociedad burguesa y enfrentándola a los demás proletarios. De este modo, la burguesía domina más fácilmente a todas las demás capas proletarias, entre las que ha desatado una guerra cotidiana por un puesto de trabajo, aunque sea precario o en negro, y por un salario, aunque sea de hambre o esporádico.
En esta vasta operación económica y social destinada a defender, en todos los países, un nivel de paz social gestionable a pesar de las inevitables luchas generadas por las crisis que la propia burguesía es incapaz de evitar, se ha insertado también el fenómeno de la inmigración que, con el paso del tiempo, es cada vez más numerosa e ilegal.
Cuanto más generan crisis y guerras las contradicciones económicas y sociales del capitalismo, más adquiere una dimensión mundial el fenómeno de las migraciones de masas proletarias cada vez más numerosas hacia los países más ricos y, al menos temporalmente, más estables. Así, los migrantes se convierten, más allá de su voluntad, en una carta más que la burguesía utiliza para aumentar la competencia entre los proletarios. La burguesía, mientras por un lado hace la guerra a la inmigración « ilegal», reprimiéndola, encarcelándola, tratando de bloquearla en las fronteras de cada Estado, rechazándola a los países de donde partió y donde su destino está marcado por la tortura, la explotación bestial y la violencia de todo tipo, o dejando morir a los migrantes en las travesías por mar o por el desierto, golpeando, con todo el cinismo del que es capaz, incluso a las organizaciones humanitarias; por otro lado, propaganda la condición de marginación y precariedad de vida de los migrantes como una condición en la que pueden caer los proletarios autóctonos si no colaboran con los patrones y con el Estado, si no aceptan los sacrificios que la clase dominante burguesa exige para que su economía no se derrumbe.
Cada vez es más evidente lo que sostenía el Manifiesto de Marx-Engels en 1848, es decir, que no solo la supervivencia del capital se basa en el trabajo asalariado, en la explotación burguesa de la fuerza de trabajo obrera, sino que el trabajo asalariado se basa exclusivamente en la competencia entre los trabajadores.
La competencia entre obreros refuerza el dominio capitalista sobre la economía y el poder burgués sobre la sociedad. Por lo tanto, la lucha proletaria en defensa de sus intereses inmediatos de clase debe prever la lucha contra la competencia entre proletarios. Esta lucha de carácter general, que afecta a todos los proletarios, de cualquier país, edad, sexo y credo religioso o político, es una lucha que contiene toda la larga lista de reivindicaciones inmediatas, desde el salario hasta la jornada laboral, desde las medidas de seguridad en el trabajo hasta la nocividad, etc.
LA LUCHA DE CLASES DEL PROLETARIADO REQUIERE OBJETIVOS, MEDIOS Y MÉTODOS DE LUCHA INCOMPATIBLES CON LOS INTERESES BURGUESES
Las reivindicaciones inmediatas del proletariado y la lucha por conseguirlas, cuando se consiguen, no cambian por sí mismas la relación de fuerzas entre proletarios y burgueses; el capitalismo sigue en pie, los proletarios siguen siendo explotados como antes, con alguna pequeña variante positiva con respecto a la condición anterior, variante que los proletarios saben por experiencia que es temporal y que tarde o temprano será anulada o revocada. Lo que resulta ser realmente un hecho positivo desde el punto de vista de clase, y por lo tanto más general para los proletarios, se refiere a la lucha, los medios y los métodos de lucha, su organización, su orientación.
Las décadas de colaboracionismo sindical y político con la clase dominante burguesa han formado una gruesa costra sobre las tradiciones clasistas de la lucha proletaria, hasta el punto de hacer olvidar a las generaciones obreras actuales la capacidad disruptiva que posee la lucha proletaria en la medida en que se reapropia de los medios y métodos de lucha clasistas, es decir, de los medios y métodos que, respondiendo a una orientación general de clase de la lucha —y, por lo tanto, incompatibles con los intereses tanto inmediatos como históricos de la burguesía dominante— contribuyen a formar en las filas del proletariado una experiencia de lucha que la clase proletaria en general necesita absolutamente para poder sentirse una verdadera fuerza social capaz de cambiar completamente las condiciones de sometimiento a los capitalistas y a su poder político.
Los proletarios pueden volver a tener una fuerza social poderosa en la medida en que logren cortar los lazos con los que la burguesía los encadena a la defensa de sus intereses. Estos lazos están constituidos, en particular, por la red organizativa y política de las fuerzas oportunistas, tanto sindicales como políticas, alimentadas y sostenidas por la clase burguesa dominante porque sabe que el servicio de estas fuerzas en defensa del orden constituido le es vital. Hay situaciones en las que la democracia, el «Estado de derecho», las «libertades civiles» con todos sus aparatos especialmente creados ya no son tan eficaces para la defensa del poder político y social de la burguesía, o porque el proletariado ha llegado, concretamente, a amenazar con derribar el poder burgués con su insurrección y su revolución (y la respuesta de la burguesía fue el fascismo en los años veinte del siglo pasado), o porque la burguesía no tiene la fuerza económica y social para lograr que su propio proletariado se someta dócilmente a sus intereses (como es el caso de las dictaduras militares de Pinochet o Al-Sisi). El hecho es que, en las largas décadas posteriores al segundo matadero imperialista mundial, el proletariado de los países avanzados se vio profundamente influenciado por el oportunismo reformista que alimentó las ilusiones democráticas y por el estalinismo que alimentó las ilusiones de un socialismo à la carte, en realidad un capitalismo nacional menos elitista y más «popular». Esta influencia política y social siempre se ha basado precisamente en esas migajas de beneficio que la burguesía dominante había decidido conceder al proletariado en general para mantenerlo tranquilo y seguir ilusionándolo con las propiedades taumatúrgicas de la democracia parlamentaria, gracias a la cual se abrían las puertas del gobierno a los partidos que se definían «socialistas» y «comunistas».
El desarrollo del capitalismo en su fase imperialista, además de impulsar la concentración económica a niveles monopolísticos nunca antes vistos, empuja al mismo tiempo la competencia en el mercado mundial a niveles antagónicos cada vez más agudos, hasta obligar a las burguesías de todos los países a privilegiar sus aparatos militares y políticos por encima y en contra las instituciones democráticas y parlamentarias de las que se ha servido y se sigue sirviendo hasta hoy. La tendencia del Estado a pasar de «Estado de derecho» — falsamente «al servicio de la sociedad» — a Estado policial es ya evidente en todos los grandes países imperialistas que, a su vez, han marcado y siguen marcando el camino de los demás países. Y, una vez más, lo que los Estados Unidos de América heredaron de la Europa imperialista se lo devuelven con la confirmación de que esta es exactamente la dirección que deben tomar los Estados imperialistas, mostrando también cómo el proletariado estadounidense ha sido corrompido y aprisionado en la red de la colaboración de clases.
El proletariado se encuentra hoy en una situación muy particular: ha aumentado numéricamente a nivel mundial, pasando a constituir la gran mayoría de la población incluso en los países atrasados en términos capitalistas mientras que, en los países avanzados en términos capitalistas, capas de la pequeña burguesía arruinadas por las crisis económicas han acabado, y acaban sistemáticamente, en las condiciones de existencia del proletariado. Estas capas de la pequeña burguesía, sin embargo, traen consigo las aspiraciones, los hábitos y los prejuicios característicos de estas clases medias que oscilan continuamente entre la gran burguesía y el proletariado: aspiraciones, hábitos y prejuicios que inevitablemente refuerzan, en las capas proletarias, junto con las ilusiones democráticas y reformistas, también los sentimientos nacionalistas y racistas que distinguen precisamente a la pequeña burguesía, sobre todo en períodos de crisis económica y social prolongada.
Contra la influencia directa de la clase burguesa dominante, contra la influencia adicional de la pequeña burguesía y contra las tendencias oportunistas con las que la burguesía tiende a envolver a la masa proletaria en una telaraña viscosa y paralizante, la clase proletaria solo puede defenderse y contraatacar rompiendo su colaboración de clase con la clase de los explotadores y con los estratos sociales que la sostienen. El proletariado debe cortar los lazos demócratas, nacionales y patrióticos que lo atan al carro de la burguesía, gracias a los cuales esta última lo prepara no solo para sacrificios aún más pesados que los que ya soporta a causa de las crisis económicas, sino sobre todo para convertirse en carne de cañón en una guerra que ya está presente en Europa y en sus fronteras (ayer en la ex Yugoslavia, hoy en Ucrania y Gaza) y que se prepara para convertirse en una guerra mundial.
El proletariado de los países imperialistas tiene una gran responsabilidad histórica hacia su propio futuro y hacia el futuro del proletariado mundial: su lucha de clases es la única que podrá levantar el destino del proletariado mundial frente al dominio aplastante del imperialismo. La lección extraída de la gloriosa lucha revolucionaria del proletariado ruso, que se levantó en plena Primera Guerra Mundial imperialista y salió victorioso en su revolución antizarista y antiburguesa gracias a la firme y visionaria dirección del partido de Lenin, y capaz de sostener durante un decenio la organización internacional de la lucha proletaria sin la aportación decisiva del proletariado de los países capitalistas avanzados – de Europa y América – es una lección histórica que no debe olvidarse. Si la revolución internacional, iniciada en Rusia en 1917, no pudo afirmarse en Europa, constituyendo así un bastión invencible contra la burguesía mundial, y a pesar de la enorme combatividad del proletariado alemán, en aquel momento punto de referencia del proletariado mundial, es porque la influencia aún dominante del oportunismo reformista y democrático de la socialdemocracia de entonces paralizaba de hecho el movimiento proletario en todo el mundo civilizado. El oportunismo obrero se apoya en bases materiales bien precisas, lo sabe la burguesía dominante y lo saben los comunistas revolucionarios. Las bases materiales están constituidas por las reformas, las concesiones que la burguesía realiza para que la lucha proletaria no adquiera el carácter de clase, es decir, el carácter específicamente antiburgués y anticapitalista. La burguesía sabe por experiencia histórica que no tiene ninguna posibilidad de enterrar para siempre la lucha de clases del proletariado, no puede hacerla desaparecer de su horizonte social porque es su propio modo de producción el que genera las contradicciones de la sociedad dividida en clases antagónicas, contradicciones que son la causa de la lucha de clases. La burguesía no domina, sino que está dominada por el modo de producción capitalista que, una vez activado a través del desarrollo de las fuerzas productivas y canalizado hacia las relaciones de propiedad privada, la producción mercantil para las empresas y las relaciones de apropiación privada de la producción social, escapa al control preventivo de la clase burguesa. Es por esta razón que la burguesía no es capaz de resolver de una vez por todas sus crisis económicas, en particular las crisis de sobreproducción que cíclicamente ponen en peligro la estabilidad de toda la sociedad. Pero la lucha de clases que la propia burguesía ha librado desde su aparición, y que sigue librando contra el proletariado, le ha enseñado que, a la tendencia del proletariado a unir sus fuerzas para defenderse de las exigencias cada vez más intolerantes de la burguesía, debe responder con el aumento de la precariedad de la vida de las masas proletarias y con el aumento de la competencia entre los proletarios. El aumento de la precariedad de la vida y el aumento de la competencia entre los proletarios son las armas sociales que la burguesía de todos los países utiliza sin cesar.
Por esta razón, los proletarios deben luchar en estos dos niveles, niveles que no se anulan mutuamente, sino que exigen que la lucha proletaria avance en ambos si se quiere que tenga éxito en el camino hacia la emancipación del trabajo asalariado: a) en el terreno de la defensa de sus intereses inmediatos, relacionados con el salario, la duración de la jornada laboral, las condiciones de trabajo y de vida, lucha que se desencadena inevitablemente a nivel de una sola fábrica o un solo sector y en la que los proletarios experimentan y reconocen los puntos fuertes y débiles de su lucha, de su organización; b) en el terreno más amplio que afecta a las condiciones generales de vida de los proletarios, el terreno de la lucha contra la competencia entre proletarios, en el que desarrollar la solidaridad de clase que es la verdadera savia de la lucha de clases antiburguesa y anticapitalista.
Entonces, el proletariado de todo el mundo tendrá una razón real, de clase, para hacer renacer el Primero de Mayo como día internacional de la lucha proletaria contra el capital, una lucha insertada en la perspectiva de una emancipación de clase verdadera, sólida y eficaz de toda opresión capitalista, de toda contradicción económica y social, de toda degeneración social e individual causada por la sociedad mercantil por excelencia, la sociedad burguesa.
El futuro que la clase burguesa asegura al proletariado a nivel mundial es un futuro de esclavitud salarial, de miseria creciente, de opresión y represión, de crisis y guerra. El futuro al que está históricamente destinada la clase proletaria es un futuro en el que la mercancía, el capital y la clase que se apropia de él con toda la violencia de que dispone son derrotados y enterrados para siempre. En su lugar, en lugar de una economía que, como un cáncer, debilita, erosiona y destruye la energía vital de las fuerzas productivas, sometiendo el trabajo vivo al dominio del trabajo muerto, de los medios de producción y del capital, el proletariado revolucionario —una vez derrocado el poder político dictatorial de la burguesía e instaurada su dictadura de clase— pondrá en marcha una verdadera economía social, una economía que responda exclusivamente a las necesidades sociales de la humanidad y no al mercado y al beneficio capitalista. Una economía que no necesita una sociedad dividida en clases, que no necesita la división del trabajo, del dinero y que no necesitará, cuando la burguesía sea completamente derrotada a nivel internacional, un Estado de clase, de un Ejército Rojo que defienda al Estado proletario de los ataques de las burguesías aún capaces de luchar por restaurar su dominio y las leyes del capital y de la producción capitalista.
La sociedad comunista es el futuro histórico no solo del proletariado, sino de la especie humana: el proletariado, en cuanto clase social creada por el capitalismo, precisamente por su característica histórica de ser la clase sin reservas, sin propiedad y, por lo tanto, sin patria, en cuanto clase productora de toda riqueza, es la única clase revolucionaria de la sociedad burguesa, la única clase que en esta sociedad no tiene nada que perder, porque no posee nada, pero tiene un mundo que ganar; es la única clase que lucha por alcanzar una sociedad sin clases, por la desaparición de las clases y, por lo tanto, por la desaparición de toda opresión, de toda violencia de clase, de todo Estado que es el emblema de la violencia de la clase que domina sobre las demás clases sociales. ¡El partido comunista revolucionario lucha hoy por ese mañana!
23 de abril de 2025
Partido Comunista Internacional
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