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Masacres en Sudán

 

 

La conquista, el 26 de octubre, de la gran ciudad de El-Fasher, en Darfur, por parte de las RSF («Fuerzas de Apoyo Rápido» del general Mohamed Hamdan Dogolo, conocido como Hemetti), tras dos años de asedio, fue seguida de la masacre de miles de civiles (especialmente en los hospitales). Sus adversarios, las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF), también han sido acusados de limpieza étnica, masacres de civiles y violaciones en Darfur y otras provincias.

Ante la indignación internacional suscitada por las masacres de El-Fasher, Hemetti ordenó el arresto de un comandante de las RSF que se había jactado en la red social TikTok de haber matado a más de 2.000 civiles. Pero esta medida no es más que una cortina de humo, ya que las RSF han cometido otras violencias contra la población civil en los enfrentamientos en curso, como el ataque a los campos de refugiados o el bloqueo de los convoyes humanitarios, etc. Además, desde su creación, tienen a sus espaldas una sangrienta historia de masacres.

Reclutadas entre una etnia musulmana de Darfur, fueron creadas con el nombre de Janjaweed por el dictador Al-Bashir para combatir a las organizaciones rebeldes en el propio Darfur, así como en el sur del país. Por lo tanto, son responsables de múltiples asesinatos de la población negra. También reprimieron violentamente las manifestaciones urbanas de 2013, causando cientos de muertos y heridos entre los manifestantes que protestaban contra las medidas de austeridad del Gobierno.

 

LA REVUELTA DE 2018-2019

 

El 11 de abril de 2019, durante el gran movimiento de revuelta iniciado unos meses antes contra el régimen de Al-Bashir, las RSF, junto con las SAF (las tropas regulares del ejército), derrocaron al dictador, que llevaba 30 años en el poder. Tras debatir con las fuerzas de la oposición reunidas en las FFC (Fuerzas de la Libertad y el Cambio), constituyeron un Comité Militar de Transición (TMC) para gobernar el país: se trataba de preservar el orden burgués sacudido por las manifestaciones y revueltas contra la dictadura.

Aunque los militares del TMC reprimieron repetidamente con violencia las manifestaciones en curso, masacrando a cientos de personas, los opositores democráticos de las FFC firmaron con ellos una «declaración constitucional» en julio, con el objetivo de volver a un gobierno civil. Presentada como una victoria de la «revolución sudanesa», esta declaración fue en realidad el resultado de discretas negociaciones llevadas a cabo bajo los auspicios de Estados Unidos, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos y Gran Bretaña (la antigua potencia colonial). Finalmente, tras difíciles negociaciones acompañadas de una brutal represión, se nombró a un primer ministro civil, Abdallah Hamdock, mientras que el presidente era el general al-Burham, jefe de las SAF, y Hemetti, vicepresidente del gobierno provisional.

 Durante el período de su existencia, este gobierno provisional logró llevar a cabo una serie de ataques antiproletarios destinados a restablecer el buen funcionamiento del capitalismo sudanés, como la abolición de los subsidios para los productos de primera necesidad; pero cuando el continuo deterioro de su situación volvió a empujar a las masas a la lucha, a pesar de la acción apaciguadora de los demócratas, al-Burhan y Hemetti disolvieron el gobierno el 25 de octubre de 2021, arrestaron al primer ministro y a los líderes de los partidos de la oposición y declararon el estado de emergencia...

Pero aunque al-Burhan y Hemetti estaban perfectamente de acuerdo en dar la espalda a los acuerdos alcanzados con los demócratas y poner fin a la llamada «revolución», en realidad representaban intereses político-económicos diferentes; las SAF, apoyadas por las fuerzas islámicas que habían respaldado el régimen de Al-Bashir, querían incorporar a las RSF al ejército y poner así fin a su control sobre parte de la producción aurífera y los diversos tráficos que habían establecido. Las disputas entre estos dos antiguos pilares del régimen dictatorial se agravaron hasta convertirse en una guerra abierta en 2023 y, en la actualidad, existen dos gobiernos rivales que controlan cada uno una parte del país.

Los enfrentamientos han causado enormes daños a las infraestructuras, han arruinado la economía, han provocado decenas de miles de víctimas y han causado el desplazamiento de casi 12 millones de personas, de las cuales 3 millones se encuentran en países vecinos (de una población total de unos 40 millones). También han provocado una crisis económica en Sudán del Sur debido a la interrupción de las exportaciones de petróleo, que son la principal fuente de riqueza del país, pero que deben pasar por Sudán.

 

SUDÁN, LOS ESTADOS VECINOS Y LOS IMPERIALISMOS

 

Desde el levantamiento de las masas sudanesas, los Estados de la región y los imperialismos se han esforzado por mantener el orden en este país, que ocupa una posición estratégica en una región turbulenta, concediendo generosos préstamos al TMC y luego al Gobierno provisional. Los actores más poderosos se apresuraron a acudir al rescate del orden burgués en Sudán: Estados Unidos, Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos estuvieron en primera línea, dejando de lado sus rivalidades, ya que el riesgo de contagio que habría supuesto el derrocamiento del poder militar era demasiado grande. Una vez descartada la amenaza de la revuelta de las masas, cada Estado se dedicó, según sus propios intereses, a ayudar a una u otra de las partes en conflicto.

Egipto, que históricamente aspira a que Sudán entre en su órbita, apoya firmemente a las SAF en el plano militar; lo mismo hace Rusia, que no ha olvidado las promesas de Al-Beshir de concederle una base naval en Puerto Sudán, haciéndose portavoz a nivel diplomático de las SAF que controlan esta ciudad, aunque en un primer momento los mercenarios rusos de Wagner colaboraban con las RSF. Turquía se ha puesto oficialmente del lado de las SAF, suministrándoles drones, al igual que Irán, mientras que Arabia Saudí, que tiene importantes intereses en Sudán, hace gala de su neutralidad.

Por otro lado, los Emiratos Árabes Unidos son los principales partidarios de las RSF, con las que mantienen numerosos vínculos; Chad, Somalia y la parte de Libia controlada por Haftar son los países por los que transitan los mercenarios y las armas para las RSF (con implicaciones ucranianas). Estas últimas también cuentan con el apoyo de Kenia, Sudán del Sur y Etiopía, eterna rival de Egipto.

En cuanto a los imperialismos occidentales, el BNP-Paribas, el mayor banco francés, se convirtió en el «banco central de facto» de Sudán en la época en que el régimen de Al-Beshir fue acusado de genocidio en Darfur (para el BNP, las masacres supusieron una fantástica oportunidad para aumentar sus beneficios), pero no parece que haya continuado su actividad tras la caída del régimen. La Unión Europea, tras años de embargo de armas con destino a Sudán, decretó, junto con la ONU, un embargo más limitado de armas con destino a Darfur, pero estos embargos no se aplican de forma estricta, como lo demuestra la presencia de armamento francés, búlgaro y chino en manos de los combatientes de las RSF; según la opinión general, estas armas se venden con la intermediación de los Emiratos. Sabiendo que los Emiratos Árabes Unidos son grandes inversores en Gran Bretaña y Francia (con las que mantienen importantes relaciones económicas y militares), y que sus relaciones económicas con Italia, Alemania y España son igualmente muy importantes, se comprende por qué, en la cuestión de Sudán, Londres ejerce presión sobre los Estados africanos que se ven tentados a denunciar estos hechos, y por qué París, Berlín, Roma y Madrid, así como Pekín (primer socio comercial de los Emiratos), se niegan a criticarlos. Además, la Unión Europea ha concedido subvenciones a las RSF para que bloqueen a los migrantes que intentan llegar a Europa. ¿Cómo sorprenderse, entonces, del silencio de los Estados europeos sobre el apoyo de los Emiratos a las RSF?

Por su parte, Estados Unidos no ha dudado en criticar la implicación de los Emiratos en la guerra civil de Sudán, a pesar de que posee numerosas bases militares en sus fronteras y ha firmado con ellos numerosos acuerdos bilaterales en materia de seguridad y «lucha contra el terrorismo». Estados Unidos no ha tomado parte en el conflicto entre las RSF y las SAF, limitándose a pedir un alto el fuego a través de la mediación del «Quad» (que agrupa a Estados Unidos, Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos): lo más importante para todos ellos es eliminar cualquier riesgo de «desestabilización» de la región.

 

LECCIÓN CRUCIAL: LA TRAMPA MORTAL DEL DEMOCRATISMO INTERCLASISTA

 

Sudán ha conocido un gran movimiento de revuelta desde finales de 2018 contra el régimen dictatorial que imponía drásticas medidas de austeridad para restablecer la buena salud del capitalismo; este movimiento, que se produjo tras el de 2013, vio cómo numerosas masas entraban en lucha y desafiaban valientemente la represión. Ese movimiento obligó a las autoridades militares a deshacerse del dictador y de algunos de sus fieles, sembrando el terror entre los dirigentes de los países de la región. A pesar de su importancia numérica, no pudo ir más allá de una limpieza superficial del orden burgués: la supuesta «revolución» no tuvo más resultado que unas concesiones muy pálidas y temporales por parte de los antiguos protagonistas del régimen de Al-Beshir antes de que se aplastara cualquier posibilidad de revuelta. La responsabilidad de la diferencia entre el poder aparente del movimiento de masas y la vacuidad de sus resultados, tanto en el plano político como en el de las reivindicaciones económicas inmediatas, se explica por la orientación democrática y pacifista que le han imprimido las corrientes pequeñoburguesas que se han situado «naturalmente» a su cabeza. Estas últimas nunca han tenido otro objetivo que negociar, esperando también el apoyo de las «democracias» imperialistas, la transición a un gobierno civil parlamentario, ¡como si fuera por este miserable objetivo por lo que miles de manifestantes hubieran derramado su sangre y dado su vida!

La clase obrera es sin duda débil numéricamente y sofocada por décadas de dictadura, pero existe de todos modos. Sin embargo, en lugar de ser el motor y la dirección de la revuelta, durante todo este período no ha actuado más que como un componente indiferenciado del «pueblo» junto a las otras clases: eso es lo que prescribían los líderes de los nuevos sindicatos y del Partido Comunista Sudanés. Estos últimos, que solo tenían de comunistas el nombre, también eran partidarios de una ley que imponía restricciones a las libertades sindicales para no comprometer la unión con la burguesía.

Esta orientación interclasista, democrática y pacifista, que sacrificaba los intereses proletarios, no podía sino esterilizar la revuelta, facilitar la represión y dejar el campo libre a la burguesía para que retomara firmemente el control de la situación tras el primer reflujo del movimiento. El interclasismo es siempre sinónimo de derrota de los movimientos, incluso los más masivos, de protesta y revuelta de las masas. En la situación de un país muy pobre como Sudán, donde no existen amortiguadores sociales, la recuperación del control de la situación no puede ser más que particularmente brutal y la dictadura de la burguesía no puede imponerse más que sin trucos. Pero esta amarga lección es válida para todos los países: si el proletariado no quiere ser eternamente el juguete de la burguesía, si no quiere salir aplastado de los grandes movimientos de revuelta, es necesario que se organice y luche sobre una base independiente de clase sin dejarse atontar por las sirenas de la «unidad popular», es necesario reconstituir su partido de clase, el único capaz de arrastrar tras de sí a la masa de los oprimidos y explotados, y de conducir a la victoria final contra el capitalismo.

Entonces terminará la interminable serie de masacres de este orden burgués sanguinario y serán vengadas todas sus innumerables víctimas.

 

12 de noviembre de 2025

 

 

Partido Comunista Internacional

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